Sin Rastro

SIN RASTRO

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Edición Paulina Arancibia

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Dedicado a todas mis lectoras quienes siempre me motivan a seguir trabajando para ellas. Gracias. Con respecto al concurso, quiero ofrecerles disculpas, pero llegaron tantas imágenes maravillosas que no tuve corazón para elegir sólo una. Espero les guste.

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SIN RASTRO
Días Después. Añode La Grata.

Vienen a mi mente figuras difusas que, podrían o no ser de una camilla. Estoy sobre ella en un cuarto completamente blanco, mis manos están atadas, siento como si estuviesen hurgando o tal vez, removiendo algo de mi interior. Antes de eso, hay cientos de imágenes imprecisas de días y noches, risas, llantos y riñas; todas pasadas, todas reales e imposibles de ordenar coherentemente.Sin embargo, no me esfuerzo tanto, porque ninguna de esas fotografías merece la pena, ninguna merece repetición y análisis las veinticuatro horas del día… como si pudiera hacerlo después de todo. No recuerdo los sucesos con lujo y detalles, pero hay algo que tengo clarísimo: ese fue el momento que marcó un antes y un después en mi vida: me convertí en mujer. Por derecho, por decreto, por virtud.Dar a luz, convertirme en madre es una transición de suma importancia en nuestra sociedad, o eso me dicen todos. Sin embargo, no puedo engañarme, y a pesar de sólo tener reminiscencias del alumbramiento, sé que parir fue de vital importancia para mí, aún si de todo el proceso sólo me quedó la satisfacción de 'algo' que fue y... el dolor de 'algo' perdido. Y luego no hay nada, nada salvo La Grata ylas mujeres que en ella habitan. Nada, salvo mantener la comunión entre hermanas, nada salvo olvidar que fui mamá. No lo deseaba, por lo tanto no debería importarme. Fin del asunto.
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Me miro los zapatos, son azules, no cualquier azul, sino añil, lo sé porque es mi color favorito, como mis ojos, como los de mi hija o eso me gusta imaginar. No recuerdo nada sobre ella, dehecho no tengo la certeza de si la vi o volveré a ver alguna vez. No sé si tendrá ya todos sus dientes, ni a qué edad aprendió a caminar. —Un kilo de valeriana por tus pensamientos. Mi ceño se frunce de forma involuntaria, me pasa seguido. Es molesto, porque con ese gesto, tiendo a enviar mensajes equivocados, me hace ver como si estuviera enojada las veinticuatro horas del día, a pesar de no serasí, tal vez es como un tic que no puedo controlar, salvo cuando sonrío, claro está. Pero no puedo estar haciendo muecas de felicidad todo el día sólo para verme agradable ante las demás. Por otro lado, trato de equilibrar porque he aprendido que los extremos tienden a sacar lo peor de las personas. O sea, no son buenos. Sigo con mi ceño fruncido. —No lo vale. Para dar énfasis a mi respuesta,abandono la silla donde estaba sentada y camino hacia el escritorio sintiendo como la mirada de Anaya quema mi espalda. Es fácil imaginarlo, porque mi amiga tiene unos ojos violeta similar a los cambios bruscos del fuego cuando va del rojo al azul. —Vamos Emil, ningún zapato puede ser tan interesante. No me trago que estés sólo mirándolos porque sí.

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—Eso es porque no sabesde moda —digo, agarrando el pequeño saco del cajón del escritorio para luego arrojarlo a la cama de Anaya donde yace sentada con sus piernas cruzadas. Estoy tan ansiosa por encontrar distracción que ni siquiera noto que Anaya ha dejado su catre para devolver el saquito al cajón de nuestro pupitre. —Perdón, pero no entiendo el chiste —dice Anaya, dejando caer su larga trenza roja por encima de suhombro—. ¿Estás rechazando mi apuesta? —No era chiste. En ocasiones desearía ser menos seria, tener la gracia de Cecania o la ternura de Anaya, no es que no me guste ser cómo soy, sólo que dificulta el simple acto de relacionarme con otras personas, tanto que en ocasiones una plática trivial se transforma en un acalorado debate, como ahora por ejemplo, que tengo a Anaya de pie frente a mí, brazos...