sisntesis de punteo episodio 4 de Cazadores de Microbios
Cazadores de microbios
Capítulo 4: El paladín contra la muerte
Un alemán miope, serio y de baja estatura, estudiaba medicina en la Universidad de Gotinga.
Se llamaba Roberto Koch. Era buen estudiante, pero soñaba con cacerías de tigres mientras atasajaba cadáveres.
Memorizaba a conciencia los nombres de cientos de huesos y músculos, pero el lamento imaginario de las sirenasde los barcos que partían rumbo a Oriente le hacían olvidar aquella jerga de latín y griego.
El sueño de Koch era ser explorador, o médico militar para ganar Cruces de Hierro, o por lo menos médico naval para tener la oportunidad de visitar países remotos; pero, después de recibirse, tuvo que hacer su internado en el poco interesante manicomio de Hamburgo.
Ocupado en atender a los locosfuriosos y a los idiotas incurables, difícilmente podrían llegar a sus oídos los ecos de las profecías de Pasteur sobre la existencia de seres tan terribles como los microbios asesinos.
Aún seguía escuchando las sirenas de los vapores cuando al atardecer se paseaba por los muelles con Emma Frantz, a quien le rogó se casara con él, hablándole de los románticos viajes que habrían de realizaralrededor del mundo.
Koch accedió; el atractivo de cincuenta años de dicha junto a ella, logró hacer que se esfumaran sus sueños de elefantes y países exóticos, y se decidió a practicar la medicina, ejercicio que siempre encontró, monótono, en una serie de pueblos prusianos.
Mientras Koch escribía recetas y atravesaba a caballo grandes lodazales, para pasar en vela las noches a la cabecera de lasparturientas campesinas prusianas, Líster comenzaba en Escocia a salvarles la vida mediante la asepsia.
Koch se hallaba tan aislado del mundo científico como Leeuwenhoek, doscientos años antes, cuando empezó a tallar lentes en Delft, en Holanda.
Pero Roberto Koch estaba inquieto; como se suele decir: iba tirando. La pasaba de un pueblo aburrido a otro aún menos interesante, hasta que por finllegó a Wollstein, en la Prusia Oriental, donde Frau Koch, para festejar el vigesimoctavo cumpleaños de su marido, le regaló un microscopio para que se distrajera.
Este microscopio nuevo, este juguete, llevó a su marido a aventuras mucho más curiosas que las que hubiera podido correr en Tahití o en Lahore; lances extraños, soñados por Pasteur, pero que hasta entonces nadie había experimentadoy que se originaron en los cadáveres de ovejas y vacas.
las amargas reflexiones que Koch expresaba a su mujer, quien se sentía molesta y desorientada, pues pensaba que lo único que a un médico joven le incumbía era poner en práctica el caudal de conocimiento adquiridos en la Facultad.
Pero Koch tenía razón, pues, en realidad, ¿qué es lo que sabían los médicos sobre las misteriosas causas delas enfermedades? A pesar de su brillantez, los experimentos de Pasteur nada probaban acerca del origen y la causa de los padecimientos de la Humanidad.
Tal vez Frau Koch trató de consolar a su marido diciéndole: —Pero Roberto, los profesores y las eminencias de Berlín forzosamente tienen que saber la causa de estas enfermedades que tú no sabes detener.
El carbunco era por aquel entoncesuna enfermedad misteriosa, que traía preocupados a los campesinos de toda Europa: unas veces arruinaba a un próspero ganadero poseedor de mil ovejas, y otras, solapadamente, mataba una vaca único sostén de una pobre viuda.
Esta plaga, en sus andanzas, no guardaba regla ni norma; un hermoso cordero podía estar triscando alegremente por la mañana, y aquella misma tarde, con la cabeza un poco caída,se negaba a comer; a la mañana siguiente lo encontraba su dueño tieso y frío, con la sangre convertida en una masa negruzca, y lo mismo podía suceder a otro cordero y a una, cuatro o seis ovejas, sin que hubiera manera de impedirlo.
No disponía Koch para sus observaciones de tanto tiempo libre como Leeuwenhoek, pues tenía que aprovechar los ratos perdidos entre extender una receta para un...
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