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Don Quijote de la Mancha
Lectura del capítulo IIII

Por Giuseppe Di Stefano

Los libros de caballerías, una vez devorado el maduro hidalgo manchego, han dado a luz un brioso caballero novel. La flamante criatura acomete la tarea de dar testimonio de su identidad adquiriendo y exhibiendo los atributos de forma y de conducta pertinentes: armas, cabalgadura, nombre y dama, y la misión dereparar «agravios», «sinrazones», «abusos»; la investidura caballeresca es preludio a la acción. En este capítulo DQ da «felicísimo y alto principio a sus caballerías» al cumplir con el deber primordial de su estado: como «desfacedor de agravios y sinrazones», evita el «sin culpa» mozo Andrés que el látigo de un enfurecido dueño siga lastimando sus carnes. Alcanzada de Juan Haldudo «a ley de caballería»la promesa de la incolumidad y del salario para Andrés, DQ ha rematado según la norma una empresa estrenada según la norma: el lamento del menesteroso en un bosque espeso. En el expediente del caballero ha entrado el primer título de mérito; el émulo de los héroes andantes es protagonista de la acción prototípica; y el libro que contará su historia se asegura un topos básico. Seguirán los demás:la «encrucijada», el «paso honroso», la «princesa raptada» y el «duelo» con el raptor, la «lucha con los gigantes», el «bálsamo», la «isla», etc.

Los lugares comunes de las caballerías se agolpan para entrar a componer la nueva biografía, pero con una originalidad imprevista e incómoda: los «gigantes» son molinos de viento, el «raptor» es un espadachín vizcaíno que acompaña a su dueña, o sea, ala «princesa raptada», el «paso honroso» corta el camino a unos vulgares mercaderes. Esta última aventura concluye con la caída de DQ apaleado por un mozo en I, 4, estrenado con el ascenso del caballero que libraba de una paliza a un mozo. En esa aventura, además, se adelantan motivos del retrato paródico de Dulcinea (I, 31, 358-360); retrato que allí se inserta en la grandiosa exhibición que DQhace de aquel acto de fe que aquí pretende imponer a los prosaicos comerciantes. Para saber que también la empresa de Andrés ha sido malograda, nuestro héroe deberá esperar que el narrador prepare al descubrimiento de la verdad el escenario más mortificante, cuando resulte más humilladora la desilusión. Será en I, 31, 365-366. DQ ha accedido a socorrer a la princesa Micomicona, desposeída de suestado por un gigante, y se dispone —eufórico— a vivir ese lance máximo del universo de las caballerías; viene de una gratificadora «penitencia de amor» y está pendiente de la infame (no para él) relación de Sancho sobre la falsa visita de Dulcinea. En ese momento vuelve a aparecer Andrés. El que DQ invoca, frente a Micomicona y sus «ministros», como testigo de su primer triunfo en favor de unagraviado, acaba revelando al pretendido salvador y candidato a nueva salvación y a la menesterosa princesa, el fracaso de aquella intervención del caballero andante: no le salvó sino que acrecentó su daño, tanto que es preferible no cruzarse en la vida con perecido auxiliador.

El lector se había enterado de esta conclusión ya en este mismo capítulo; y si era perspicaz, había captado —incluso en elnombre del mozo— sugerencias para agregar a la evidente villanía de Juan Haldudo la algo menos paladina picardía de Andrés. De ambas resultaba una doble frustración para el hidalgo-caballero. Era inevitable que el que «ayer rescibió la orden de caballería» de manos de un ventero bellaco y proyectando imágenes de castillos y damas donde no había más que venta y rameras, revistiera al día siguientecon el mito del «mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad» un episodio más bien vulgar, regalando fideísticamente patentes de inocencia a un pillo y de caballería a un villano. DQ estrena así su misión, como juez y como padre virtual pero sin la imparcialidad bien formada del uno ni la severidad sagaz del otro; en cuanto a la figura de la autoridad, la matriz que le...