Sobre La Libertad John Stuart Mill

Páginas: 71 (17737 palabras) Publicado: 12 de abril de 2015
CAPÍTULO CUARTO - DE LOS LIMITES DE LA AUTORIDAD DE LA
SOCIEDAD SOBRE EL INDIVIDUO
¿Dónde está, pues, el justo límite de la soberanía del individuo sobre sí
mismo? ¿Dónde comienza la autoridad de la sociedad? ¿Qué parte de la vida
humana debe ser atribuida a la individualidad y qué parte a la sociedad?
Cada una de ellas recibirá su debida parte, si posee la que le interesa de un
modomás particular. La individualidad debe gobernar aquella parte de la
vida que interesa principalmente al individuo, y la sociedad esa otra parte
que interesa principalmente a la sociedad.
Aunque la sociedad no esté fundada sobre un contrato, y aunque de nada
sirva inventar un contrato para deducir de él las obligaciones sociales, sin
embargo, todos aquellos que reciben la protección de la sociedadle deben
algo por este beneficio. El simple hecho de vivir en sociedad impone a cada
uno una cierta línea de conducta hacia los demás. Esta conducta consiste,
primero, en no perjudicar los intereses de los demás, o más bien, ciertos
intereses que, sea por una disposición legal expresa, sea por un acuerdo tácito, deben ser considerados como derechos; segundo, en tomar cada uno su
parte (quedebe fijarse según principio equitativo) de los trabajos y los
sacrificios necesarios para defender a la sociedad o a sus miembros de
cualquier daño o vejación. La sociedad tiene el derecho absoluto de imponer
estas obligaciones a los que querrían prescindir de ellas. Y esto no es todo lo
que la sociedad puede hacer. Los actos de un individuo pueden ser
perjudiciales a los demás, o no tomaren consideración suficiente su bienestar,
sin llegar hasta la violación de sus derechos constituidos. El culpable puede
entonces ser castigado por la opinión con toda justicia, aunque no lo sea por
la ley. Desde el momento en que la conducta de una persona es perjudicial a
los intereses de otra, la sociedad tiene el derecho de juzgarla, y la pregunta
sobre si esta intervención favorecerá o noel bienestar general se convierte en
tema de discusión. Pero no hay ocasión de discutir este problema cuando la
conducta de una persona no afecta más que a sus propios intereses, o a los de
los demás en cuanto que ellos lo quieren (siempre que se trate de personas de
edad madura y dotadas de una inteligencia común). En tales casos debería
existir libertad completa, legal o social, deejecutar una acción y de afrontar
las consecuencias.
Sería una grave incomprensión de esta doctrina, suponer que defiende una
egoísta indiferencia, y que pretende que los seres humanos no tienen nada
que ver en su conducta mutua, y que no deben inquietarse por el bienestar o
las acciones de otro, más que cuando su propio interés está en juego. En lugar
de una disminución, lo que hace falta parafavorecer el bien de nuestros
semejantes es un gran incremento de los esfuerzos desinteresados. Pero tal
desinteresada benevolencia puede encontrar otros medios de persuasión que

no sean el látigo figurado o real. Sería yo la última persona que despreciara
las virtudes personales; pero vienen éstas en segundo lugar, si acaso, respecto
de las sociales. Es asunto de la educación elcultivarlas a todas por igual. Pero
la educación misma procede por convicción y persuasión, así como por
obligación; y solamente por los dos primeros medios, una vez terminado el
período de educación, deberían inculcarse las virtudes individuales. Los
hombres deben ayudarse, los unos a los otros, a distinguir lo mejor de lo peor,
y a prestarse apoyo mutuo para elegir lo primero y evitar lo segundo.Ellos
deberían estimularse mutua y perpetuamente a un creciente ejercicio de sus
más nobles facultades, a una dirección creciente de sus sentimientos y
propósitos hacia lo prudente en vez de hacia lo necio, elevando objetos y
contemplaciones, no degradándolos. Pero ni una persona, ni cierto número
de personas, tienen derecho para decir a un hombre de edad madura que no
conduzca su vida,...
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