Sobre La Teoria De Las Ciencias Sociales
No existe ningún análisis científico “objetivo” de la vida cultural o bien de los “fenómenos social”, que fuese independiente de unas perspectivas especiales y “parciales” que, de forma expresa o tácita, consciente o inconsciente, las eligiese, analizase y articulase plásticamente. La razón se debe al carácter particular del fin del conocimiento de todo trabajo de las ciencias sociales que quiera ir más allá de un estudio meramente formal de las normas – legales o convencionales– de la convivencia social. La ciencia social que nosotros queremos practicar aquí es una ciencia de la realidad. Queremos comprender la peculiaridad de la realidad de la vida que nos rodea y en la cual nos hallamos inmersos. Por una parte, el contexto y el significado cultural de sus distintas manifestaciones en su forma cultural, y por otra las causas de que históricamente se haya producido precisamente así y no de otra forma. Ahora bien, tan pronto como intentamos tener consciencia del modo como se nos presenta la vida, esta nos ofrece una casi infinita diversidad de acontecimientos sucesivos y simultáneos, que aparecen y desaparecen “en” y “fuera de” nosotros. Y la infinidad absoluta de dicha diversidad subsiste de forma no aminorada incluso cuando nos fijamos aisladamente en un único “objeto” –acaso una transacción concreta. A saber, tan pronto como intentamos describir de forma exhaustiva este objetivo “único”, en todos sus elementos constitutivos individuales, y mucho más todavía cuando intentamos captar su condicionalidad causal. Debido a ello, todo conocimiento de la realidad infinita mediante el espíritu humano finito está basado en la tácita premisa de que solo un fragmento finito de dicha realidad puede constituir el objeto de la comprensión científica, y que solo resulta “esencial” en el sentido de “digno de ser conocido”. ¿Según qué principios se selecciona dicho fragmento? De continuo se ha creído poder encontrar la característica decisiva –incluso en el caso de las ciencias de la cultura‐ en la repetición regular de determinadas conexiones causales. Según esta concepción, el contenido de tales “leyes” que somos capaces de reconocer en la inmensa diversidad del curso de los fenómenos, ha de ser lo único científicamente “esencial” de ellas. Tan pronto hayamos demostrado la total validez de la “regularidad” de una conexión causal con los medios de una amplia inducción histórica, o bien hayamos aportado la evidencia intuitiva para la experiencia íntima, todos los casos semejantes –por muy numerosos que sean‐ quedan subordinados a la fórmula así encontrada. Todo aquello de la realidad individual que siga incomprendido después de subrayada esta “regularidad”, o se lo considera como un remanente todavía no elaborado científicamente, que mediante continuos perfeccionamientos debe ser integrado en el sistema de “leyes”, o bien se a dejado de lado. Esto es, se lo considera “causal” y científicamente secundario, precisamente porque resulta “ininteligible” respecto a las leyes y no forma parte del proceso “típico”. Todo ello tan solo lo hace objeto de una “curiosidad ociosa”. En consecuencia, incluso entre los representantes de la escuela histórica, aparece siempre de nuevo la creencia de que el ideal hacia el cual confluyen todos los conocimientos, incluso los culturales –aunque sea en un futuro lejano‐, es un sistema de tesis de las cuales pudiera “deducirse” la realidad. Como es sabido, uno de los portavoces de las ciencias de la naturaleza creyó poder afirmar que la meta ideal ...
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