Sobre Simón de Cirene

Entre los papiros manuscritos no catalogados, de los muchos que se encontraron en las cuevas
esenias de Qumran. hay uno que llamó especialmente la atención de los filólogos. Aunque
escrita en griego antíoqueno, era notable por sus hebraismos y la eventual tosquedad de su
expresión. Sometido a las pruebas del Carbono 14, resultó ser sorprendentemente primitivo,
pues databa —con escaso margen deerror—de la década de los años sesenta del primer siglo
cristiano. Puede asegurarse que fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén, y —con
mucha probabilidad—- antes de la insurrección de los judíos contra Roma del año 66. Esta es
su traducción:
Yo, Rufo de Cirene, hijo de Simón y hermano menor de Alejandro, ante los varios rumores que
corren sobre mi padre, concretamente sobre suencuentro con Jesús de Nazaret en las últimas
horas dolorosas de este, me he resuelto a escribir las presentes líneas para hacer justicia a la
memoria de mi padre, testimoniar mi fe, y dejar los hechos en su justa realidad. Yo tenía unos
ocho o diez años cuando mi padre, ya un hombre maduro de al menos treinta y cinco, tuvo
una experiencia que luego nos contó a Alejandro y a mí innumerables veces,y siempre
aproximadamente de la misma manera. El relato de mi padre me ha ayudado a refrescar la
memoria sobre la escena, pues yo también la vi, o casi la vi ——diríamos—, ya que me
encontraba muy asustado y no hacía más que arrebujarme en la túnica de mi madre, donde
ocultaba tercamente mi cabeza. Recuerdo que llevaban a matar a un preso galileo, cargado
con una cruz, por la vía larga deJerusalén, camino del Gólgota o monte de la Calavera —
situado ya en las afueras—, donde iban, a crucificarlo. Mi madre lloraba, viendo a un hombre
joven (que con su cuerpo envejecido por los suplicios parecía ser incluso mayor que mi padre)
con tal aspecto de inocencia y mansedumbre, y a pesar de ello y tan maltratado por los
soldados extranjeros, e insultado además por el mismo pueblo deJerusalén. Mi madre,
Alejandro y yo estábamos esperando a padre, que sobre esa hora acostumbraba a venir del
campo para comer; pero el bullicio de la ciudad nos había echado a los tres a la calle.
Aquel galileo iba chorreando hilos de sangre desde su cabeza, coronada de espines, y parecía
tener la espalda destrozada a azotazos, pues sus hombros se estremecían bajo la cruz, a pesar
de su voluntad dellevarla. Alzando la cabeza, nos miró y se dirigió a mi madre y a otras
mujeres con estas palabras: —Hijas de Jerusalén: no lloréis por mí. Llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos... Me estremecí, y casi no oí más. Su mirada era dulce y sincera,
pero no pude evitar hundir mi cabeza aún más en el regazo de mi madre. Recuerdo que pocos
días antes, tras el último Sabbat antes de laPascua, este mismo hombre — un Rabí de túnica
blanca que predicaba el amor como nuevo reinado de Yhavé— había entrado triunfalmente en
Jerusalén sobre 1m borriquillo, y muchos niños —Alejandro y yo entre ellos— salimos a darle
la bienvenida agitando palmas y ramos de olivo. ¿Quién lo conocería ahora? Entonces, él nos
había sonreído a los niños, y había disfrutado con nuestra alegría. Ahora esasonrisa estaba
sumergida en el vidriado de sus ojos. Madre lo fue siguiendo y, naturalmente, mi hermano y yo
también, sin despegarnos de ella. Cuando aquel cortejo penitenciario salió extramuros de
Jerusalén, justo entonces se cruzó con padre. Nuestro "abba", Simón de Cirene, era
procedente de aquella región lejana, limítrofe con Libia, la Cirenaica, pero prácticamente y a
todos los efectos eraya judío, pues lo trajeron a Judea muy pequeño, y desde su ya remota
infancia no conocía más ciudad que Jerusalén, ni más tierra que un pegujal que cada día tenía
que arar, o escardar, o sembrar o estercolar, para poder sacarnos adelante. Aquella tarde
venía de arar, y el cansancio surcaba visiblemente su rostro sudoroso. Cuando vio a madre
llorar con tanto desconsuelo, y la cara de pánico...