Sociedades Mercantiles
Familiares, amigos, lisonjeros y adversariosacuden a la honra fúnebre. Solo falta ella. Sabe que no puede entrar, pero el impulso de participar en la ceremonia --asi fuera oculta dentro de la improvisada atalaya-- es casi irresistible.Gabriela alcanza a divisar la figura adusta de Sara, la viuda. Alguien la abraza en la entrada de la funeraria. La mira enjuta, pequeña. Los celos y el pánico del pasado se convierten en compasión. Nuncatuvo intención de lastimarla; jamás contestó a los insultos que le profería, tampoco le inspiró en el pasado pena o lástima. Ahora se ve seca, apergaminada... Se mira en el espejo --la comparaciónes inevitable-- el hermoso rostro ha perdido lozanía, los labios otrora amplios y turgentes, se ven delgados y más pequeños debido a que las mejillas han descendido levemente sobre las comisuras.Suspira antes de regresar a su introspección. --¿Cómo lidiar con el silencio de sus anhelos y frustraciones? ¿Como aliviar su impotencia al saber que su amado se consumía, enfermo y recluído, sinpoder acercarse para brindarle el consuelo de su compañía?. Tal vez hubiera dibujado una sonrisa en esos labios marchitos, animado con la gracia que causaban en él sus bromas y ocurrencias. Losmensajes secretos que le hizo llegar pidiendo una oportunidad de verlo quedaron sin respuesta: la esclerosis fue fulminante, borró la memoria de Adolfo y desvaneció en Gabriela cualquier expectativa...
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