Special Gift
EDGAR ALLAN POE
El symposium de la noche anterior había sido un tanto excesivo para mis nervios. Me dolíahorriblemente la cabeza y me dominaba una invencible modorra. Por ello; en vez de pasar lavelada fuera de casa como me lo había propuesto, se me ocurrió que lo más sensato era comerun bocado e irme inmediatamente a la gama.Hablo, claro está, de una cena liviana.Nada me guste tanto como las tostadas con queso ycerveza. Más de una libra por vez, sin embargo, no es muy aconsejable en ciertos casos. Encambio, no hay ninguna oposición que hacer a dos libras. Y, para ser franco, entre dos y tresno hay más que una unidad de diferencia. Puede ser que esa noche haya llegado a cuatro. Mimujer sostiene que comí cinco, aunque con seguridad confundió dos cosas muydiferentes.Estoy dispuesto a admitir la cantidad abstracta de cincos pero, en concreto, se refiere a lasbotellas de cerveza que las tostadas de queso requieren imprescindiblemente a modo decondimento.Habiendo así dado fin a una cena frugal, me puse m gorro de dormir con intención de noquitármelo hasta las doce del día siguiente, apoyé la cabeza en la almohada y, ayudado por unaconciencia sinreproches, me sumí en profundo sueño.Mas, ¿cuándo se vieron cumplidas las esperanzas humanas? Apenas había completado mitercer ronquido, cuando la campanilla de la puerta se puso a sonar furiosamente, seguida deunos golpes de llamador que me despertaron al instante. Un minuto después, mientras estabafrotándome los ojos, entró mi mujer con una carta qué me arrojó a la cara y que procedía de miviejo amigoel doctor Ponnonner. Decía así:«Deje usted cualquier cosa, querido amigo, apenas reciba esta carta. Venga y agréguese anuestro regocijo. Por fin, después de perseverantes gestiones, he obtenido el consentimiento delos directores del Museo para proceder al examen de la momia. Ya sabe a cuál me refiero. Tengopermiso para quitarle las vendas y abrirla si así me parece. Sólo unos pocos amigosestaránpresentes... y usted, naturalmente. La momia se halla en mi casa y empezaremos a desatarla alas once de la noche.Su amigo, Ponnonner».Cuando llegué a la firma, me pareció que ya estaba todo lo despierto que puede estarlo unhombre. Salté de la cama como en éxtasis, derribando cuanto encontraba a mi paso; me vestícon maravillosa rapidez y corrí a todo lo que daba a casa del doctor.Encontré allí a ungrupo de personas llenas de ansiedad. Me habían estado esperando conimpaciencia. La momia hallábase instalada sobre la mesa del comedor, y apenas hube entradocomenzó el examen.Aquella momia era una de las dos traídas pocos años antes por el capitán ArthurSabretash, primo de Ponnonner, de una tumba cerca de Eleithias, en las montañas líbicas, aconsiderable distancia de Tebas, sobre el Nilo. Enaquella región, aunque las grutas son menosmagníficas que las tebanas, presentan mayor interés pues proporcionan muchísimos datossobre la vida privada de los egipcios. La cámara dedonde había sido extraída nuestra momiaera riquísima en esta clase de datos; sus paredes aparecían íntegramente cubiertas de frescos ybajorrelieves, mientras que las estatuas, vasos y mosaicos de finísimo diseño indicabanlafortuna del difunto.El tesoro había sido depositado en el museo en la misma condición en que lo encontrara elcapitán Sabretash, vale decir que nadie había tocado el ataúd. Durante ocho años habíaquedado allí sometido tan sólo a las miradas exteriores del público. Teníamos ahora, pues, lamomia intacta a nuestra disposición; y aquellos que saben cuán raramente llegan a nuestras
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playasantigüedades no robadas, comprenderán que no nos faltaban razones paracongratularnos de nuestra buena fortuna.Acercándome a la mesa, vi una gran caja de casi siete pies de largo, unos tres de ancho ydos y medio de profundidad. Era oblonga, pero no en forma de ataúd. Supusimos al comienzo-que había sido construída con madera (platanus), pero al cortar un trozo vimos que se tratabade cartón o, mejor...
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