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batalla, incluso he soñado con ello. Y en esos sueños nuncasoy capaz de distinguir a Baba del
oso.
Fue Rahim Kan quien utilizó por vez primera el que finalmente acabaría convirtiéndose en el
famoso apodo deBaba, Toophan agha, señor Huracán. Un apodo muy apropiado. Mi padre
era la fuerza misma de la naturaleza, un imponente ejemplar de pastún; barbapoblada, cabello
de color castaño, rizado e ingobernable como él mismo; sus manos parecían poder arrancar un
sauce de raíz. Tenía una mirada oscura,«capaz de hacer caer al diablo de rodillas suplicando
piedad», como decía Rahim Kan. En las fiestas, cuando su metro noventa y cinco de altura
irrumpíaen la estancia, las miradas se volvían hacia él como girasoles hacia el sol.
Era imposible no sentir la presencia de Baba, ni siquiera cuando dormía.Yo me ponía bolitas de
algodón en los oídos y me tapaba la cabeza con la manta, pero aun así sus ronquidos, un sonido
semejante al retumbar delmotor de un camión, seguían traspasando las paredes. Y eso que mi
dormitorio estaba situado en el lado opuesto del pasillo. Para mí es un misterio quemi madre
pudiera dormir en la misma habitación: es una más de la larga lista de preguntas que le habría
formulado si la hubiera conocido.
A finalesde los sesenta, tendría yo cinco años, Baba decidió construir un orfanato. Fue Rahim
Kan quien me contó la historia. Me explicó que Baba había di
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