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—¡Cállate, pedazo de gusano! Tú has hecho milcosas peores de las que ahora me acusas. ¡Y por dinero! —gritó desaforado—. ¡Por dinero! engañaste y extorsionaste.
Por dinero vendiste tu conciencia. ¡Por dinero! Escúchalo bien, maldito alacrán.En ese instante. Santos Paredes, se levantó aventando violentamente su silla contra otra mesa. Se hizo un grave silencio en todo el restaurante.
—No me asustas. . . No me asustas, cínico de mierda.Si algo pudiera yo hacer por el país es liberarlo para siempre de tipejos como tú. Mucha gente me viviría agradecida con sólo romperte el hocico y los güevos —gritó airadamente el diputado—. Te harépolvo, miserable chacal, asesino a sueldo de los petroleros — gritaba para que todos los comensales conocieran la identidad de su interlocutor—.
En todo México se sabrá muy pronto lo que haces a cambiode cumplir las consignas de tus jefes extranjeros. Se sabrá que matas, robas y falsificas a cambio de nuevos pozos, por lo que cobras, a base de llenarte las manos de sangre. Yo tengo mi culpa, perola tuya no la pagarán ni cincuenta generaciones de Sobrinos.
Sobrino saltó pesadamente sobre Santos Paredes sujetándolo firmemente del cuello mientras la mesa se hacia astillas junto con las copas,tazas y botellas. Algunos de los comensales buscaron angustiosamente un lugar seguro anticipándose al momento, ahora sí muy próximo, de los disparos; otros se concretaron a observar la escena, de pie...
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