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“Stone” es una película menor pero sorprendente en su exploración de la culpa. Es su atronadora imperfección como cuento moral la que la hace interesante, más incluso que el duelo interpretativoentre Robert De Niro y Edward Norton.

El prólogo de “Stone”, tremebundo episodio que certifica una condena marital y apunta las inclinaciones monstruosas de su protagonista, pone en aviso: John Curranno ha firmado sólo el consabido triángulo fatal y el conflicto de intereses de un agente correccional (Robert De Niro) enfrentado a la manipulación de un preso que aspira a su libertad (Edward Norton)y de la seductora esposa de este (Milla Jovovich). Se trata, también, de un tratado sobre la culpa sorprendentemente intenso, la crónica inesperada de un hundimiento moral en el que los virajes de latrama o las cacareadas batallas interpretativas entre De Niro y Norton acaban importando menos.

Curran traza intersecciones de la culpa y la religión en una cinta cuyo principal atractivo resideen esa debacle, en comprobar cómo la resistencia del personaje de De Niro a dichas tendencias se viene abajo tras años de lacerante encierro matrimonial. Esa es la sorpresa de esta película: comothriller psicológico, propone pasajes de hábil enfrentamiento dialéctico entre un Norton que corrige y aumenta un papel anterior —el que le descubría como actor en la aparatosa “Las dos caras de laverdad”—, y un De Niro que vuelve a desmentirse como gloria en declive —véase la progresión entre “Todos están bien”, “Machete” y esta, títulos menores pero con papeles muy lejos de confirmar un apocamiento delactor—; sin embargo, es en su atronadora imperfección como cuento moral donde “Stone” se hace interesante, insólita entre el riesgo de una obra personalísima —el plano final, con el smash cut comoaplastante negación de la catarsis— y el conformismo para con ciertos lugares comunes del género —pese a los inusuales derroteros que podría tomar la trama, la infidelidad vuelve a ser el último...