Sueño con onetti

Sueño con Onetti

Helena Corbellini

A Hugo Albernaz

La última clave la hallé en una oración inacabada: “Pastor y su mujer…”. Iniciaba el párrafo de un relato en borrador. Aquellas hojas habían permanecido en un cuaderno de apuntes en la casa de la hija del escritor durante cincuenta y siete años. De niña, ella practicaba su caligrafía escolar en ese mismo cuaderno. Cuandocreció, arrancó todas las hojas, menos las que había escrito su padre.
Atravesé 18 de Julio sorteando cuerpos de bichicomes dormidos y envueltos en papeles de diario. Los nuevos focos de bajo consumo daban un aliento mortecino de postal nostálgica a la avenida. Crucé Ejido con luz roja porque estaba apurada y atropellé contra el público de mac donalds que se apiñaba en la vereda. La estatuadel Gaucho manchaba con chorretes verdes el pedestal de mármol. En las cuadras siguientes, los muchachos continuaban entregando diversos folletos de colores, con avisos de venta de celulares, crédito instantáneo, reparación de computadoras y casas de masajes. Yo tomé todos los papelitos que me ofrecieron sin decir una palabra y cuando encontré un tacho de basura en la plaza de los Bomberos, los hiceuna pelota y los tiré.
La Facultad olía a una mezcla de cigarrillos, desinfectante y ratonera. Me detuve ante la cartelera estudiantil que recordaba un nuevo aniversario de los mártires de la dictadura. Entré al baño y después de descargarme del peso de la mochila, me miré al espejo, me peiné con una gomita y me lavé la cara. Después volví a mirarme. El espejo también reflejaba otraspersonas. No saludé a nadie y me apresuré a salir.
Gansos en el corral. Ésa fue la imagen que me vino a la mente cuando observé el cloqueo y un cruce subrepticio de miradas entre mis compañeros. El curso de posgrado era nocturno, la gente llegaba cansada y nerviosa. Para culminar, debíamos escribir un ensayo literario en el aula, bajo la mirada escrutadora del tribunal examinador.
Setrataba de una prueba muy difícil. No había computadoras, por lo que debíamos trabajar a mano. Eso me afligió desde el inicio, porque mi caligrafía es pésima. La mayoría realizaban trazos parejos a lápiz, que Cada tanto afilaban con un sacapuntas. También pasaban goma de borrar sobre las equivocaciones. Yo utilizaba una lapicera, y con su tinta desplegaba las ideas sobre grandes folios blancos, sinrenglones. Si me equivocaba, hacía una tachadura y continuaba. Mis líneas eran alpinistas que ascendían y descendían por la hoja enorme, enlazados por cuerdas y clavando picas para afirmarse.
Apoyé una palma sobre la otra y luego estreché mis manos entre sí. Transpiraban. Como un dardo saqué un pañuelo de papel del paquetito y me las sequé. Olían a corral de aves.
Mis letras saltabancomo cabras que suben un cerro. Se daban topetazos entre sí, entreveraban sus guampas, se miraban con fijeza las dilatadas pupilas amarillas. Mis letras encabritadas hablaban del amor. Había estudiado y reflexionado largamente sobre la obra del gran escritor uruguayo, hasta sentirme capaz de escribir ese texto aterciopelado y pétreo.
Transcurrieron cuatro horas, sólo yo quedaba en el salón.El último estudiante se había levantado de su escritorio, le había formulado a los profesores una pregunta que no intenté oír, luego abrió la puerta y antes de salir, me lanzó una mirada acusadora, más bien pérfida. Era como si dijese “ya verás lo que te espera”.
Releí mi ensayo con atención, añadí comas que abrieron sutiles fisuras, quité adjetivos que olían a frutas fuera de estación, yal final puse mi nombre en letra de imprenta y en minúsculas. “Mi nombre tiene letras que no suenan al pronunciarlas”, fue lo último que pensé antes de levantarme.
Tiré el pañuelito de papel a un cesto lleno de hojas ajadas y entregué mi trabajo. Un profesor calvo de ceño fruncido, al recibirlo emitió una palabra que sonó como la cuerda desafinada de un bajo. Murmuré una disculpa, pero...