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Veinte años después de los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra civil en El Salvador en la que murieron 75.000 personas, el país sigue emponzoñado por una violencia en la que no hay reglas de juego
John Carlin 14 MAR 2012 - 00:00 CET
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ENRIQUE FLORES
La mañana del 16 de noviembre de 1983 caminaba con otros cinco periodistaspor un sendero montañoso en la provincia de Chalatenango, en El Salvador. Al final del camino, tras pasar de lado una sucesión de tumbas frescas, vimos una casa de piedra con el tejado de madera destruido; al lado, una fosa recién excavada. Cubriéndome la nariz, porque el olor era terrible, me acerqué a lo que había sido la puerta de la casa. Salieron volando, espantados, 30 buitres. (Los contédespués, sentados en un árbol observándonos, impacientes para que nos fuéramos.) Dentro de la casa había una alfombra blanquiza, roja y negra de restos humanos. En total, 20 calaveras.
Aquilino, un superviviente de 10 años, me contó lo que había pasado. “Los soldados nos metieron a los niños con nuestras mamás en la casa y abrieron fuego. Mi mamá cayó encima mío y su cuerpo me protegió de lasbalas. Me hice el muerto hasta que los soldados se fueron”. Unos campesinos nos dijeron que la matanza se había extendido por los alrededores de la casa. Nos dieron los nombres de 119 muertos. Las tropas responsables pertenecían al Batallón Atlacatl, unidad élite del ejército salvadoreño creada, entrenada y dirigida por militares de Estados Unidos con el fin de frenar el expansionismo “comunista” enel istmo centroamericano.
Este episodio fue mi bautismo de fuego en El Salvador. Volví muchas veces durante los siguientes cinco años a cubrir la guerra civil, una de las muchas entre ejércitos de derecha y guerrillas de izquierda en aquellos tiempos (pre caída del Muro de Berlín), y viví durante un tiempo en la capital, San Salvador. Hace unas semanas regresé por primera vez en casi un cuartode siglo. Se acababa de celebrar el 20º aniversario de los acuerdos de paz que pusieron fin a aquella guerra, en la que murieron 75.000 personas, 30.000 de ellos a manos de escuadrones de la muerte vinculados a las fuerzas armadas. El presidente Mauricio Funes conmemoró el aniversario en el Mozote, otro lugar montañoso donde el Batallón Atlacatl llevó a cabo una masacre, en este caso de 936personas —450 de ellos niños de menos de 12 años— en diciembre de 1981.
La penetración de los carteles del narcotráfico mexicanos alimenta la delincuencia cada día más
Revivir aquellos tiempos me recuerda por qué siempre cargo en algún lugar de mi ser una cuota de rencor hacia Estados Unidos; ver cómo está El Salvador hoy me consolida el sentimiento.
El Salvador sigue en guerra. No una guerrapolítica (hoy en día las elecciones se celebran en paz), sino una guerra criminal protagonizada por las pandillas, o maras. No hay reglas de juego y el clima de miedo que vive la población es el mismo, o peor, que en los tiempos de guerra declarada. El Salvador es uno de los tres países con el peor índice de homicidios per cápita del mundo. (Los otros dos son los vecinos Guatemala y Honduras). Lacreciente penetración en Centroamérica de los carteles de narcotráfico mexicanos alimenta la delincuencia cada día más. La corrupción carcome las instituciones estatales y la violencia cobra tantas víctimas como cuando el régimen y la guerrilla se enfrentaban en los años ochenta. Si antes el temor de algunos era que el país se convirtiera en Cuba, hoy el miedo de todos es que se convierta en Somalia,punto de anarquía al que ya casi han llegado Guatemala y Honduras. Pero Estados Unidos, que tiene su cuota de responsabilidad en la traumática cultura de violencia que El Salvador ha heredado, y debería de vislumbrar algún interés propio a mediano o largo plazo en el destino de un país de su famoso “patio trasero”, mira a otro lado y no hace nada.
No. No vamos a atribuir todos los males de...
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