Susana Gavilanez
Sin su invaluable ayuda no hubiera podido cruzar el Mecanto. A mis queridas amigas les agradezco de corazón por haber hecho posible la culminación de ésta, mi gran aventura.
Cuando estábamos llegando a Pusharo, Miguel elMachiguenga dijo que los nuevos teníamos que sintonizarnos con la naturaleza. Yo creo que ya casi estábamos sintonizados con ella.
Sé que cuando los animales captan la armonía que irradian las personas simplemente no atacan.
Pero los mosquitos eran la excepción y no respetaban armonía alguna.
Eso lo comprobamos durante nuestra travesía por la selva.(Foto de Daniel Lage)
Después de Pusharo sólo nos acompañarían Miguel, de la etnia Machiguenga, y Calixto de la etnia Huachipaire. Cuando Oscar, el jefe de los Machiguengas se despidió le dijo a Miguel- Déjalos en Pusharo- a lo que Miguel respondió – Ellos no se van a quedar en Pusharo, van a pasar más allá del Mecanto- El sintió quedebía acompañarnos.
Miguel Calixto
Hasta hace algunos años los Machiguengas tenían temor de atravesar el cañón del Mecanto, decían que allí habitan los “Paco-Pacuris, o los hombres vestidos de blanco, los que lo saben todo”. Un nombre legendario que se da a supuestos silvícolas que segúnla tradición estarían encargados de cuidar las ruinas perdidas de la selva. Seres de gran estatura, constitución atlética y rasgos finos que de vez en cuando asomaban por esos lugares.
En el libro “Paititi, en la bruma de la historia” del doctor Carlos Neuenschwander Landa, avezado explorador en busca de la ciudad perdida de los Incas, quien por varias ocasiones sobrevoló la meseta delPantiacolla en helicópteros de la fuerza aérea peruana; se cita la experiencia del Mayor José Carreón Ortiz, quien le narró al autor de su experiencia en uno de sus viajes por la selva.
“Llegué una tarde, me dijo, acompañado de un ordenanza, que conocía la zona, a unas chozas en la vertiente opuesta a los orígenes del río Puncuyoc, prácticamente sobre el valle de San Miguel, y tuve que pernoctarallí. Al amanecer, mirando por la puerta de la choza, en la difusa claridad con que empezaba el día, observé, con incredulidad, una gigantesca silueta de mujer. Al principio pensé que era efecto de mi estado todavía soñoliento y por eso, me incorporé y avancé hasta la puerta comprobando que no se trataba de una ilusión. Salí de la choza y me aproximé a la mujer, la que, desde su estatura, deaproximadamente un metro ochenta centímetros, me miraba a través de sus grandes ojos oblicuos. Tenía la nariz aguileña y los rasgos finos. Estaba envuelta en una larga túnica de color marrón claro. Me quedé contemplándola por un momento sin atinar a decir nada, cuando, saliendo de un matorral cercano, apareció la figura de un hombre, más alto aún, que al parecer la llamó en un idioma que no era el...
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