susang sontag

Páginas: 18 (4349 palabras) Publicado: 4 de abril de 2013
Dos enfermedades conllevan, por igual y con la misma aparatosidad, el peso agobiador de la metáfora: la tuberculosis y el cáncer. Las fantasías inspiradas por la tuberculosis en el siglo XIX y por el cáncer hoy, son reacciones ante enfermedades consideradas intratables y caprichosas —es decir, enfermedades incomprendidas— precisamente en una época en que la premisa básica de la medicina es quetodas las enfermedades pueden curarse. Las enfermedades de ese tipo son, por definición, misteriosas. Porque mientras no se comprendieron las causas de la tuberculosis y las atenciones médicas fueron tan ineficaces, esta enfermedad se presentaba como el robo insidioso e implacable de una vida. Ahora es el cáncer la enfermedad que entra sin llamar, la enfermedad vivida como invasión despiadada ysecreta papel que hará hasta el día en que se aclare su etiología y su tratamiento sea tan eficaz como ha llegado a serlo el de la tuberculosis. Aunque la mitificación de una enfermedad siempre tiene lugar en un marco desesperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio,y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. Así, sorprende el número de enfermos de cáncer cuyos amigos y parientes los evitan, y cuyas familias les aplican medidas de descontaminación, como si el cáncer, al igual que la tuberculosis, fuera una enfermedad infecciosa. El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tieneinevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú. Los nombres mismos de estas enfermedades tienen algo así como un poder mágico. En Annance, de Stendhal (1827), la madre del héroe rehúsa decir «tuberculosis», no vaya a ser que con sólo pronunciar la palabra acelere el curso de la enfermedad de su hijo. Y Karl Menninger, en The Vital Balance, ha observado que «la misma palabra “cáncer”dicen que ha llegado a matar a ciertos pacientes que no hubieran sucumbido (tan rápidamente) a la enfermedad que los aquejaba». Esta observación la hace en apoyo de las beaterías anti intelectuales y esa compasión facilitan ampliamente difundidas en la medicina y la psiquiatría contemporáneas. «Los pacientes que vienen a vernos con sus sufrimientos, sus miserias y su invalidez», sigue diciendo,«tienen todo el derecho de ofenderse si se les pone una etiqueta condenatoria». El doctor Menninger aconseja a los médicos que no usen «nombres» ni «etiquetas» («nuestra función es la de ayudar a la gente, no la de contribuir a afligirla») —lo cual, concretamente, es decirle a los médicos que aumenten su reserva y su paternalismo. No es el hecho de nombrar, de por sí, lo peyorativo o condenatorio,sino específicamente la palabra «cáncer». Hasta tanto tratemos a una dada enfermedad como a un animal de rapiña, perverso e invencible, y no como a una mera enfermedad, la mayoría de los enfermos de cáncer, efectivamente, se desmoralizarán al enterarse de qué padecen. La solución no está en no decirles la verdad sino en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificándola.
Hace pocas décadas,cuando saber que se tenía tuberculosis equivalía a una sentencia de muerte —tal como hoy, para la imaginación popular, el cáncer es sinónimo de muerte— era corriente esconder el nombre de la enfermedad a los pacientes y, una vez muertos, esconderlo a sus hijos. Aun a los pacientes que sí sabían qué tenían, médicos y familiares se resistían a hablarles libremente. «Verbalmente, no me entero denada concreto», escribía Kafka a un amigo, en abril de 1924 desde el sanatorio en que moriría dos meses más tarde, «cuando se discute de tuberculosis...todos se expresan de manera tímida, evasiva, mortecina». Las convenciones con que se esconde el cáncer son aun más acérrimas. Como regla general, los médicos de Francia e Italia sólo comunican un diagnóstico de cáncer a la familia, no al paciente;...
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