Sylvie 1
SYLVIE
GÉRARD DE NERVAL
Gérard de Nerval (París 1808-1855), seudónimo de Gérard Labrunie, poeta
estéticamente ligado al romanticismo alemán y precursor del simbolismo, viajó en su juventud por Alemania y Austria, así como por varios países orientales, experiencia que
nutrió su Voyage en Orient (1851). Su volumen de sonetos Las quimeras (1853) tuvo una
gran influencia en los poetassurrealistas franceses. En 1840, el mismo año en que terminó
su traducción de Fausto, de Goethe, sufrió las primeras crisis de la perturbación mental que
le ocasionaría repetidos internamientos. Debido a su apasionado enamoramiento de la actriz
Jenny Colon (al parecer fuente de inspiración de su novela Aurélie), frecuentó los
ambientes teatrales y escribió varias obras para la escena. En el volumen tituladoLes falles
du feu reunió sus perturbadoras nouvelles, que ponen de manifiesto su extraordinario genio
poético. Atormentado por la locura durante los últimos años de vida, en 1855 se le encontró
ahorcado con su propio cinturón en el callejón parisino de la Vieille-Lanteme. Previamente
había dejado una nota escrita: «No me esperes esta tarde porque la noche será negra y
blanca.» Sylvie es la primeranouvelle de Les filles du feu y fue escrita en 1852.
I.
NOCHE PERDIDA
Salía de un teatro por cuyos palcos aparecía todas las noches adecuadamente vestido
para el galanteo. A veces estaba lleno; otras, vacío. Igual me daba detener la mirada en un
patio de butacas sólo poblado por una treintena de voluntariosos aficionados, o en los
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palcos adornados con sombreros y atavíos anticuados, queformar parte de una sala
animada y concurrida, coronada por los floreados tocados, las joyas relucientes y los rostros
radiantes que abarrotaban todos sus pisos. Indiferente al espectáculo de la sala, el del
escenario apenas lograba retener mi atención excepto cuando, en la segunda o tercera
escena de una desabrida obra maestra del momento, una aparición más que conocida
iluminaba el espacio vacío y,con un soplo y una palabra, devolvía la vida a los inanimados
rostros que me rodeaban.
Me sentía vivir en ella, y ella vivía sólo para mí. Su sonrisa me llenaba de una beatitud
infinita; la ondulación de su voz, tan dulce y, sin embargo, tan firmemente timbrada, me
hacía vibrar de alegría y de amor. Poseía, a mi juicio, todas las perfecciones; satisfacía toda
mi capacidad de entusiasmo: hermosacomo el día a la luz de las candilejas que la iluminaban desde abajo; pálida como la noche cuando los focos perdían intensidad y quedaba
iluminada desde lo alto por los rayos de la araña del techo y la mostraban más natural,
resplandeciendo en la sombra merced a su propia belleza, como las divinas Horas que se
recortan, con una estrella en la frente, sobre los fondos oscuros de los frescos deHerculano.
Transcurrido un año, no se me había ocurrido la idea de averiguar cómo era ella fuera
del teatro; temía enturbiar el espejo mágico que me ofrecía su imagen, y a lo máximo que
llegué fue a prestar oídos a algunos rumores referentes no a la actriz sino a la mujer. Y
suscitaron en mí tan escaso interés como las habladurías que hubieran podido circular
respecto a la princesa de Elida o a lareina de Tresibonda. Uno de mis tíos, que vivió
durante los penúltimos años del siglo XVIII, llevando el tipo de vida apropiado para
conocer a fondo aquellos tiempos, pronto me previno de que las actrices no eran mujeres y
de que la naturaleza había olvidado darles un corazón. Se refería, sin duda, a las de su época; pero me contó tantas historias acerca de sus ilusiones y de sus decepciones, y memostró
tantos retratos en marfil, graciosos medallones que utilizó más tarde para adornar
tabaqueras, tantas cartas de amor amarillentas, tantas cintas ajadas, cuyas historias y
desenlaces me refería, que me habitué a malpensar de todas sin tener en cuenta los cambios
producidos por el paso del tiempo.
Por aquel entonces vivíamos una época extraña, como las que suelen suceder a las
revoluciones o a...
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