Lo han arrojado del sueño con la piel estirada, los ojos desmesuradamente abiertos a la luz inmóvil que aletarga el cuarto. Puede reconocerse, sin embargo, nombrarse enalta voz. No bien dice Jorge, retrocede el hechizo. Entonces le es dado adivinar relativamente lejos su pro- pio pie sosteniendo la sábana, y, más cerca, su manoizquierda, sola, dormida aún, abandonada sobre el pe- cho, junto a La estancia vacía, de Morgan, abierto en la página ciento cincuenta y tres. Cuando la otra mano, la derecha,vuelve a tomar el libro entre sus dedos el pulgar inmiscuido entre las hojas como otro lector Jorge prueba a leer: Se lo dije porque las palabras estaban llenas de vidapara mí. ¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin elpropósito de enviarla; y entonces ha oído cómo caía en el buzón? Sí, esto puede entenderse. Él sabe por qué se ha detenido allí y acepta- do el tema. Además, se conoceresistente y lúcido, lo suficiente como para aplazar hasta hoy, si no la interpre- tación, al menos la continuación de cierto anhelo de la víspera.
Todavía sin plan, todavíadesordenado y hosco, apar- ta la sábana con un ademán lento y se sienta en la cama, los pies apoyados sobre el piso desnudo, lejos de la alfombra. Es el momento oportunopara acercar los za- patos, los arqueados zapatos negros. Pero no acaba de decidirse. Mientras el frío de las baldosas va piernas arriba, caderas arriba, hasta lamer elvaho tibio de la cama, que aún perdura en su espalda, en su pecho, en sus hombros, conserva todavía en la cabeza no tanto en la memoria el sonido y el olor de anteayer
Leer documento completo
Regístrate para leer el documento completo.