Tartea

Cuando Nico despertó supo dónde se encontraba al instante. Y eso que no era como el típico cliché de película, en el que el protagonista en cuestión despierta en una habitación blanca impoluta que casi ciega por la claridad.
Se encontraba en una sala grande, y sí, era blanca, pero un blanco ya gastado por el paso del tiempo, casi grisáceo. Miles de pitidos resonaban a su alrededor, unos másagudos que otros, y podía escuchar el tenue murmullo de un ir y venir de personas. Con los ojos aún entrecerrados volvió el cuello hacia la izquierda: una señora mayor, tumbada en una cama, vestía un ligero camisón de tela y dormitaba plácidamente. Quién sabe si llevaba durmiendo días. A su derecha, un hombre de unos cincuenta años mantenía los ojos abiertos y observaba el techo como ido, ajeno a loque le rodeaba. Tenía la cabeza, un brazo y una pierna vendados.
Nico miró su propio brazo, donde tenía una vía colocada y por la que entraba un líquido transparente que no sabía bien qué era.
-¡Doctor! ¡Se ha despertado el de la cama doce! –escuchó que decía una joven. Nico dirigió su mirada hacia allí, y vio a una enfermera con una carpeta en la mano, mirándole y acercándose rápidamente-. Nose mueva, que ahora viene el médico a verle.
-¿Qué ha pasado? –preguntó con dificultad y en grave tono. En realidad tenía una ligera sospecha de por qué estaba en el hospital. Recordaba que había estado en el pub de Juanca y que se le había ido la mano bebiendo.
-Ha tenido un coma etílico –le informó un poco prudente-, pero no se preocupe. Quédese tranquilo y ahora le cuenta el doctor, vieneenseguida.
Nico cerró los ojos pesadamente y suspiró. Esta vez la había liado pero bien.
La joven, que tendría poco más de su edad y que aun así le trataba de usted, se hizo a un lado al escuchar unos pasos acercarse. El rubio volvió a abrir los ojos.
-¿Nicolás Gandía? –escuchó una grave voz a su lado. Un hombre mayor de frondosa barba cana y con bata se había acercado con una leve sonrisa. Nicoasintió sin hablar-. ¿Cómo se encuentra?
-Tutéeme, por el amor de Dios –el médico sonrió, y Nico tragó saliva con dificultad-. Tengo la boca seca.
-Bueno, ahora te damos un poco de agua. ¿Sabes lo que ha ocurrido? –el rubio asintió-. Bien. Te hemos puesto suero glucosado y tiamina, y has evolucionado favorablemente. Está todo bien y fuera de peligro, sólo tienes que descansar un poco más. Porsuerte no ha ido a peor.
-¿Cuánto tiempo llevo aquí?
-Unas cuatro horas.
-¿Estoy en el Carlos Haya? –preguntó de repente con urgencia. El médico adivinó a qué venía la pregunta, pues ya estaba más que avisado, y asintió sonriente.
-Sí, ya me han dicho que eres amigo de Benjamín Rosal. Está de guardia, pero nos dijo que en cuanto despertaras le llamáramos, así que vendrá en un momento, ¿vale? Ahoradescansa.
-Gracias, doctor –susurró en un hilo de voz. El médico le dio un apretón cariñoso en el brazo y se alejó.
Nico sintió ganas de llorar. Era la primera vez en su vida que la había cagado tanto, pero tanto, tantísimo. Y casi no podía soportar la vergüenza que sentía en esos momentos. ¿Cómo había llegado a eso? Jamás se había pasado tanto con la bebida. No, vergüenza era una palabra quese quedaba muy corta en cuanto a lo que sentía en esos momentos.
Apenas un par de minutos después, apareció Benji casi corriendo –saltándose las normas de no correr por los pasillos del hospital–, pero estaba tan preocupado que no tenía tiempo para pararse a respetar ninguna indicación. Llegó jadeando por la carrera.
-¡Nico! –exclamó en tono bajo, para no molestar al resto de pacientes. Se sentóen un lado de la cama, con el rostro descompuesto, y sostuvo su mano entre las suyas-. ¿Cómo estás? Dios, Nico, qué susto me has dado.
-Eh, eh, que estoy bien…
-Casi me muero cuando he visto que quien llegaba en la ambulancia eras tú. Joder… -resopló, apretando aún más su mano, nervioso.
-Ay –rio sin fuerzas-, que me estás quitando el cacharro éste –le avisó, refiriéndose al oxímetro del...