TATUAJES
Fernando Alvarez-Ur僘
Profesor Titular de Sociolog僘
Departamento de Sociolog僘 IV | Facultad de Psicolog僘 | Universidad Complutense
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Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que hombres y mujeres perseguidos por la justicia llevaban pegados a su piel, grabados a fuego en su cuerpo, los signos inequ咩ocos de la infamia. Al igual que los ganaderos marcan a los toros bravos con la divisade su ganader僘, en la Am駻ica espala el Emperador de las gentes b疵baras hac僘 herrar el 疊uila bic馭ala de su escudo con hierros candentes en los cuerpos de los indios caribes. Asi todo el mundo, y en especial ellos mismos, podr僘 comprender que estaban esclavizados en raz de su insumisi. Tambi駭 el signo de Ca匤 pesaba como una losa sobre herejes, hechiceros y alcahuetas. En particular brujos y brujasllevaban inscrita en alguna parte de sus cuerpos la u del diablo, la marca infernal que el demonio hab僘 hundido en su carne y convertido en mancha o en lunar que permit僘 a Satan疽 el r疳ido reconocimiento de cada uno de sus leales servidores y adoradores. Durante las monarqu僘s absolutas la justicia real, - convertida en un rayo de fuego que ca僘 solo sobre unos pocos pero asustaba a muchos -,golpesin piedad a vagos, forajidos, salteadores de caminos que tambi駭 fueron herrados con los signos infamantes que los identificaban como seres aborrecibles. En los presidios, en las galeras, en las cuerdas de presos, en los pat兊ulos, estos rufianes, convertidos en la hez de la rep炻lica, luc僘n con orgullo los estigmas que hablaban de su peligrosidad, los tatuajes del poder que causaban espanto, pueslos selaban como seres absolutamente abominables. La divisa indeleble que, como una negra sombra, los identificaba durante toda su vida con el mal, no dejaba ella misma de grabarse con dolor por lo que formaba tambi駭 parte del castigo que recib僘n en raz de su violaci de la ley. Las penas entonces ten僘n como blanco primordial al cuerpo del condenado, un cuerpo torturado, azotado, sometido asuplicios, privaciones, y tormentos, e incluso al descuartizamiento y aniquilaci, para servir de alimento a las alimas hasta quedar, al fin, convertido en polvo de los caminos por haber osado desafiar la omn匇oda voluntad del Rey.
Estos seres facinerosos, estos hombres y mujeres sin condici, que viv僘n en la irregularidad, en los m疵genes de la ley, alldonde la lepra y la pobreza se daban la mano,contrastaban con santos, m﨎ticos, religiosas estigmatizadas o de coraz transverberado, que a trav駸 de llagas sangrantes o 伃ceras purulentas expresaban la prueba evidente de su santidad. Sus cuerpos incorruptos, su sangre licuada, y sus lagrimas, - unas l疊rimas que al entrar en contacto con la tierra hicieron brotar manantiales de agua perenne con propiedades curativas -, eran la mejor prueba de quesus vidas hab僘n sido tocadas, al menos durante un breve instante, por la chispa de la divinidad. Tambi駭 los cuerpos de los santos, en el momento de su muerte, se vieron en muchas ocasiones despedazados, descuartizados, cortados en trozos diminutos por el pueblo fiel, pero esta vez no para ser aniquilados ni arrancados para siempre de la memoria de los hombres, sino para ser conservados enrelicarios y adorados a perpetuidad. Esa carne santa y tersa, capaz de desafiar las leyes de la naturaleza, era el mejor amuleto para mantenerse a distancia las garras del diablo, el detente enemigo capaz de hacer retroceder al drag alado del averno, al basilisco, azote de la naturaleza humana, que echa fuego por la boca y por los ojos.
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Cuando las carabelas comenzaron a surcar los mares, volando sobrela espuma blanca de las olas, marinos, comerciantes y aventureros perdidos por lugares sin nombre rememoraban a su regreso, - 。cuando volv僘n del pa﨎 de Nunca jam疽! -, las viejas noticias de pueblos remotos en donde sus habitantes se pintaban los cuerpos o se los tatuaban con hermosos dibujos de colores vivos. Esos viajeros sintieron entonces la misma fascinaci que, seg佖 cuenta el antropogo...
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