Teatro
Nuria Espert (Bernarda)
Tilda Espluga (Criada)
Almudena Lomba (Adela)
Teresa Lozano (María Josefa)
Marta Marco (Magdalena)
Marta Martorell (Prudencia)
Bárbara Mestanza (Muchacha)
Montse Morillo (Mendiga)
Nora Navas (Amelia)
Rosa Maria Sardà (Poncia)
Rebeca Valls (Martirio)
Rosa Vila (Angustias)
Albert Lladó | www.albertllado.com
Fotos: David Ruano | TNCAtreverse con un montaje como La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca es, sin duda, un difícil reto incluso para directores con tanto talento y experiencia como Lluís Pasqual. Escrita en 1936, parece anunciar la España negra, la más negra, que acabó con la vida del poeta andaluz y con la de miles y miles de personas inocentes. Es una obra que habla de los silencios, del fuego de las pasionesreprimidas, de la intolerancia y, evidentemente, de la muerte.
Fotos: David Ruano | TNC
Muchos se pueden preguntar, después de tantas relecturas que se han hecho de la obra, por qué hay que ir una vez más a conocer en directo el “drama de mujeres en los pueblos de España”. Hay muchos motivos. En primer lugar, porque ahora que se habla tanto de la “memoria historia” – como si pudiera haber unamemoria que no fuese historia – habría que revisar el mensaje de algunos artistas que, justo antes del miedo y la desgracia en forma de dictadura, ya supieron detectar y reflejar las tragedias más humanas, más íntimas, como símbolo de una época de dolor y lágrimas. Y los símbolos son tan potentes por eso mismo: porque se actualizan siempre, dándonos lecciones sobre el pasado, pero tambiénalertando sobre el presente y la posibilidad de cambiar nuestro futuro. El destino está escrito, pero por nosotros mismos.
La casa de Bernarda Alba explica la tragedia de cinco mujeres, más o menos jóvenes, que quedan atrapadas en su propia casa cuando Bernarda, la madre autoritaria y sin compasión, decide llevar el luto más riguroso después de haber enviudado por segunda vez. La rigidez materna sólopuede acabar mal, cuando insiste en que “en ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”. Pero el viento entra, en forma de hombre, y las tensiones van aumentando hasta llegar al peor de los finales posibles. Pepe el Romano, interesado por el dinero de Angustias – que es la única que tiene, porque es hija de otro padre – le pide matrimonio. Es la más grande, cercade los cuarenta años, y las hermanas saben que no hay ningún tipo de enamoramiento detrás de la propuesta del futuro esposo, que no tiene más de veinticinco años. Adela, la más joven, empieza a interesarse por él y, pese a las amenazas de delatarle a la madre por parte de su otra hermana Martirio, no renuncia a la pasión. Pepe el Romano cada noche visita la ventana de Angustias pero, sin que éstalo sepa, después pasa por la de Adela. Martirio, que también se siente atraída por el joven, es el testigo pasivo que se ahoga por culpa de la indiferencia a la que está sometida.
Fotos: David Ruano | TNC
Uno de los reclamos más evidentes de la propuesta es la pareja formada por Nuria Espert (Bernarda) y Rosa Maria Sardà (Poncia). Espert, con setenta y cuatro años, se mueve con agilidadinterpretativa por el escenario. Da vida a una Bernarda que, aunque mantiene la crudeza de alguien que ha petrificado su corazón con hormigón, se le intuye una chispa de humanidad. Es más frágil que en otros montajes y, mientras exige a las hijas que “no quiere llantos”, rompe a llorar. Es un monstruo, pero con una historia detrás – con una educación basada en los prejuicios – que la hace más cercana,no tan inverosímil. El contrapunto es un personaje delicioso, la Poncia de Sardà, que le aconseja y le advierte, aunque se siente humillada por una vida dedicada a servir a alguien que no sabe ver más allá del qué dirán. Sardà está espléndida y es la única que, sin forzar, ofrece el acento rural necesario para contextualizar la acción dramática.
Fotos: David Ruano | TNC
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