Tecnico En Microcomputadporas
Empieza a leer... Tinta roja
Nací con tinta en las venas. Eso, al menos, es
lo que me gustaría creer. O lo que algunos entusiastas
decían de mí cuando mi nombre aún poseía cierta capacidad de convocatoria. Nunca he tenido muy claro
qué fluye exactamente por mis venas (mi ex mujer se
ha encargado de esparcir el rumor de que no es más que
un suero frío ygelatinoso), pero sí estoy convencido
de que la tinta fue un factor decisivo en la construcción de mi personalidad, mi vida y mi carrera.
Carrera. Ya estoy usurpando términos. Verán,
carrera no es el tipo de palabra que yo use con frecuencia. No como lo hace Martín Vergara, mi joven
alumno en práctica. Como todos los que se han desarrollado pero aún no se forman, Martín es bastante
cándido, aunqueno por eso menos incisivo.
A tal grado llega su inocencia que está convencido de que perder un verano da absolutamente
lo mismo. «Total», me dijo, «me quedan miles por
delante». Comete un error, claro, pero es muy joven
para entender que lo único que a uno no le sobra es
tiempo y veranos.
Martín se saltó el vagabundeo generacional
por Perú y Ecuador. Gloria, su supuesta novia, viajó
solacon el resto de sus amigos de la universidad. Vergara decidió que era más rentable quedarse acá en
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Santiago durante estas vacaciones para aprender el
oficio y sumar contactos.
¿Cómo sé todo esto? Lo intuyo. Verán, años
atrás, cuando recién comenzaba a afeitarme, también
yo decidí saltarme una expedición con mochila al
hombro por la entonces recién inaugurada Carretera
Austral.Consideré que pasar el verano en la sala de
redacción de un tabloide sería mucho más iluminador que un paseo por los hielos. Y acerté. Por única vez
en mi vida. Martín Vergara, en cambio, se está perdiendo una gran aventura, y por algún motivo me siento
culpable. Doblemente culpable. Por mucho que lo intente, yo nunca podré hacer por él lo que Saúl Faúndez hizo por mí. Faúndez me moldeó a punta degritos e insultos. Convirtió a un atado de nervios autista
y soñador en algo parecido a un hombre. Faúndez me
tiró agua a la cara cuando yo aún estaba durmiendo.
El asunto es que continúo trabajando en Santiago como si tuviera mil veranos por delante. Aquí estoy, fondeado, esperando mis vacaciones de marzo en
Europa vía canje publicitario, viático incluido. Pero
marzo ni siquiera se vislumbratodavía en mi agenda.
Mientras tanto, mato el tiempo, edito números anticipados en esta oficina con vista al cerro Santa Lucía y
converso con Martín Vergara como si fuera un viejo
amigo perdido al que he echado mucho de menos.
Desde el instante en que se presentó ante nosotros como alumno en práctica, Martín Vergara se
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transformó en el centro de la atención de esta predecible ycuriosamente admirada revista de tarjeta de
crédito con pretensiones literarias, turísticas y encima
culturales que tengo la suerte (no el honor) de dirigir.
Obtuve este puesto gracias al gerente general
del banco que emite la tarjeta. Leyó mi libro y concluyó que en mí confluían los dos mundos que él deseaba
aunar en su proyecto: el sentido práctico y perspicaz
del periodista, y la creatividad,el caché y el status de un
escritor. Con la insistencia de un nuevo rico, el gerente
se empeñó en conseguir lo que deseaba. Y, como buen
escritor en crisis, acepté. Tuvo que pagar, claro, pero
bastante menos de lo que gasta en los cuadros de pintores de moda que colecciona y que, no por casualidad,
ilustran las páginas de arte de Pasaporte.
No hace mucho, en un almuerzo que clausuraba unabierto de golf, el gerente general me confesó
por qué se había fijado en mí a la hora de reemplazar a
su antiguo editor. El gerente, por cierto, no estaba deslumbrado con mi primer y único libro (encontró los
cuentos raros y difíciles); tal como intuí, era un entusiasta admirador de mi primera (y también única) telenovela donde, entre los cientos de personajes que chocaban entre sí, había...
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