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Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y
maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha metido en este lÃo. TendrÃa
que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquà estoy,
intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo
meterme en lacama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez
más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo a la
chica pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes que me mira, y me rindo. Mi
única opción es recogerme este pelo rebelde en una coleta y confiar en estar medio presentable.
Kate es mi compañerade piso, y ha tenido que pillar un resfriado precisamente hoy. Por eso no
puede ir a la entrevista que habÃa concertado para la revista de la facultad con un
megaempresario del que yo nunca habÃa oÃdo hablar. Asà que va a tocarme a mÃ. Tengo que
estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un trabajo y se suponÃa que a eso iba a
dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy a haceresta tarde es conducir más de doscientos
kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme con el enigmático presidente de Grey
Enterprises Holdings, Inc. Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra
universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso âmucho más que el mÃoâ, pero ha
concedido una entrevista a Kate. Un bombazo, según ella. Malditas sean susactividades
extraacadémicas.
Kate está acurrucada en el sofá del salón.
âAna, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el dÃa,
tendré que esperar otros seis meses, y para entonces las dos estaremos graduadas. Soy la
responsable de la revista, asà que no puedo echarlo todo a perder. Por favor⦠âme suplica Kate
con voz ronca por el resfriado.¿Cómo lo hace? Incluso enferma está guapÃsima, realmente atractiva, con su pelo rubio rojizo
perfectamente peinado y sus brillantes ojos verdes, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso
por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.
âClaro que iré, Kate. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?
âUn paracetamol, por favor. Aquà tienes las preguntas y lagrabadora. Solo tienes que apretar
aquÃ. Y toma notas. Luego ya lo transcribiré todo.
âNo sé nada de él âmurmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.
âTe harás una idea por las preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.
âVale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.
La miro con cariño.Solo harÃa algo asà por ti, Kate.
âSÃ, lo haré. Suerte. Y gracias, Ana. Me has salvado la vida, para variar.
Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creerme que me haya dejado
convencer, pero Kate es capaz de convencer a cualquiera de lo que sea. Será una excelente
periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapa. Y es mi mejor amiga.Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en dirección a la interestatal 5. Es
temprano y no tengo que estar en Seattle hasta las dos del mediodÃa. Por suerte, Kate me ha
dejado su Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a tiempo con Wanda, mi viejo
Volkswagen Escarabajo. Conducir el Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y
los kilómetros pasanvolando.
Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Grey, un enorme edificio de veinte
plantas, una fantasÃa arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con las palabras GREY HOUSE
en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada. Son las dos menos
cuarto cuando llego. Entro en el inmenso ây francamente intimidanteâ vestÃbulo de vidrio,...
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