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La gente se agrupaba en las galerías de piedra o se movía entre las sombras, por las colinas azules. Las lejanas estrellas y las mellizas y luminosas lunas de Marte derramaban unapálida luz de atardecer. Más allá del anfiteatro de mármol, en la oscuridad y la lejanía, se levantaban las aldeas y las quintas. El agua plateada yacía inmóvil en los charcos, y los canales relucíande horizonte a horizonte. Era una noche de verano en el templado y apacible planeta Marte. Las embarcaciones, delicadas como flores de bronce, se entrecruzaban en los canales de vino verde, y en laslargas, interminables viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas, murmuraban perezosamente los amantes, tendidos en los frescos lechos de la noche. Algunos niños corrían aúnpor las avenidas, a la luz de las antorchas, y con las arañas de oro que llevaban en la mano lanzaban al aire finos hilos de seda. Aquí Y allá, en las mesas donde burbujeaba la lava de plata, sepreparaba alguna cena tardía. En un centenar de pueblos del hemisferio oscuro del planeta, los marcianos, seres morenos, de ojos rasgados y amarillos, se congregaban indolentemente en los anfiteatros. Desdelos escenarios una música serena se elevaba en el aire tranquilo, como el aroma de una flor.
En uno de los escenarios cantó una mujer.
El público se sobresaltó.
La mujer dejó decantar. Se llevó una mano a la garganta. Inclinó la cabeza mirando a los músicos, y comenzaron otra vez.
Los músicos tocaron y la mujer cantó, y esta vez el público suspiró y se inclinó hacia delante enlos asientos; unos pocos se pusieron de pie, sorprendidos, y una ráfaga helada atravesó el anfiteatro. La mujer cantaba una canción terrible y extraña. Trataba de impedir que las palabras le brotarande la boca pero éstas eran las palabras:
La cantante se tapó la boca con las manos, y así permaneció unos instantes, inmóvil, perpleja.
-¿Qué significan esas palabras? -preguntaron...
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