Tempano Sumergido
Fuego.
Un hombre de guardapolvo gris salió de la garita del muelle
y acercándose me dijo:
-¿Quiere usted ir a trabajar a Navarino?
-¿Navarino?… -le respondí, tratando de recordar.
-¡Sí, Navarino! -me dijo-. La isla grande que queda al sur del
canal Beagle. Allí se necesita una persona que pueda hacer
de todo un poco.
La proposición metomó en uno de esos días en que uno
puede zarpar hacia cualquier parte y en un momento en que
vagaba por los malecones como separado de mí mismo, cual
esos retazos de nube que quedan flotando sobre la tierra
después de alguna tempestad y que se van con el primer
viento que llega.
Algo como una tempestad de la que quedaba aún en mi
mente la imagen de una mujer y una gota de sombra en mi
corazón, quese repartía de tarde en tarde por mi sangre.
Sin embargo, cuando firmé el contrato, no sentí la alegría
de otras veces en que fijé mi vida en algo. Libre y cesante,
tal vez perdía alguna cosa al abandonar ese limbo de la
ociosidad y penetrar, no bien despierto, en esa obscura
finalidad que me hizo aceptar el ofrecimiento de Navarino.
El muelle de Punta Arenas, tapizado de nieve, penetraba
comouna sombra blanca en el mar y en la noche. A su
costado, la escampavía Micalvi, humeante sólo esperaba,
para desabracar, el embarque de una expedición de
buscadores de oro que iban a las islas Lennox y Picton. El
chirrido de los winches lascando las eslingas se mezclaba a
las voces de los hombres, entre los que se notaban varios
borrachos que, más sabios que yo, pasaban de una vida a
otra con unaviada alcohólica.
Tres individuos dirigían el embarque de maquinarias y
víveres, y sus flamantes ropas de cuero y el embarazo con
que ordenaban las maniobras delataban su inexperiencia de
hombres de ciudad, poco acostumbrados a esa clase de
faenas. Sus voces eran altisonantes, nerviosas y
apresuradas, y de la treintena de obreros se escapaban
más de una imprecación por lo bajo, al ver lainseguridad y
vacilación de aquellos jefes.
Los marineros contemplaban con cierta indiferencia el
bullicioso embarque de los auríferos, y más de alguno
sonreía al recordar otras expediciones que habían visto
partir con tantas esperanzas como ésta, pero mucho mejor
organizadas, y regresar después diezmadas, pobres y
corroídas por el hambre, el amotinamiento y la codicia por
la posesión de ese metal.
A lasnueve, el barco lanzó su tercer pitazo de reglamento,
largó espías y fue despegándose lentamente del muelle a
medida que viraba sus anclas, y puso proa al suroeste.
Pronto la ciudad fue perdiéndose como una diadema de
brillantes en las márgenes del Estrecho.
A bordo iban, además de los bulliciosos auríferos que no
terminaban nunca de arreglar sus enseres, pobladores de
las islas y leñadores que laescampavía debía ir dejando por
los más apartados y solitarios rincones.
Me acodé sobre la baranda en un rincón de la cubierta y me
puse a silbar una melodía que a menudo trae a mi memoria
recuerdos agradables, sensaciones, colores, cosas que son
como las luces de bengala que se encendían en las noches
de Navidad en mi lejana infancia.
El barco avanzaba como un monstruo plomizo, pesado,
abriendouna herida blanca en el mar y un halo esfumado en
la noche; el jadeo monocorde de sus máquinas acompasaba
con mi canción, y así, unidos, parecía que nos íbamos
hundiendo entre los obscuros elementos del sur.
Alrededor de la medianoche, el sueño empezó a rozarme
con su ala de cuervo. A lo mejor no había hecho otra cosa
que esperarlo sobre cubierta para evitar el estar despierto
en el desagradablerecinto de la tercera clase. No lo dejé
pasar y me deslicé por el entrepuente.
La tercera clase es igual en todas partes, en la tierra como
en el mar, y los seres que pertenecemos a ella también
somos iguales. Todos formamos una especie de frontera de
la humanidad; eso que es como la costra de la tierra, la que
se queda afuera, sobresalida, recibiendo en la superficie el
roce de la intemperie,...
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