Terraz

Páginas: 8 (1785 palabras) Publicado: 18 de junio de 2012
oBagazo
Al cubano José Luis Massó
Puñal negro clavado en el corazón de la tierra. Llama verdeondulante de cañaveral.Los brazos de ébano en cruz sobre el pecho. Fulgentes losojos venosos de ira. El negro Domingo a la puerta de su media-güita ja la mirada en el penacho de nubes pardas que trenza enel azul la enhiesta chimenea centralina. Y muele en su alma ator-mentada, caña amarga de recuerdos,desesperanzas, desilusiones.Le laten las sienes y el corazón. Un acre sabor metálico leinunda la boca. Contrae los abultados belos y en rictus de des-precio escupe chorreante mascaúra.Silba el cañaveral en fauta de guajanas su pena añeja. Y através del tiempo, de la distancia, le parece escuchar la voz ebledel diunto Simón: “Mi jijo, malo es ser pobre y negro, nuncasemos niños, se nos ñamanegritos”. Lleva en los ojos en asta derecuerdo angustioso la muerte del Simón sepultado bajo un mazode cañas que se desprendió de la grúa.Un nudo tirante como de coyunda le ahoga. Y por vez pri-mera en su vida mansa de buey viejo, siente el rencor crecerle en elpecho como mala yerba. Y a él, negro impasible, resistente como elausubo, le entran ganas de llorar, no sabe si de tristeza o de rabia.Latensa y losa alambrada de la Central exótica ulge a losúltimos claros del sol tramontano. Pelos metálicos que le cruzanel pecho haciéndole sangrar turbias añoranzas: “En primerodueño, luego colono, dispués peón. ¿Y ahora?…”.La silueta ingente de la Central se recorta contra un hori-zonte en llamas rojas de crepúsculo.
Su áspero y tremolante pito sacude el silencio. El negro seestremece, vuelto ala realidad por la vibración que corre electri-zante por los crispados nervios. Y deslan ante sus ojos abismá-ticos, en sucesión tumultuosa, como las bocanadas de humo quearremolina la chimenea en el incendio de los cielos ilímites, lasescenas dolorosas del día.La cara perruna del nuevo mayordomo le obsede. Sus pala-bras crueles le gotean isócronamente, con resonancia inmiseri-corde el durocráneo.Al romper el alba el pito de la Central, anunciando elcomienzo de la zara, Domingo amoló su machete y se encaminóhacia el cruce de la colonia de los Caños. Un nuevo y achendosomayordomo llamaba con voz estentórea a los peones que iban ainiciar el corte:—Rosendo Cora, Juan Bone, Isabel Cobé... Y tras el últimonombre se hizo un silencio amargo, angustioso, innito.Los compadres, sin atreverse amirarle la cara, lentamentese ueron hundiendo en los vellosos graminales.Suplicante se dirigió al embotado mayordomo:—Dispense, blanco, ¿pero pa este negro no hay trabajo?—Lo siento, pero tú está viejo para trabajar, ya no rindepromedio.—Mire, blanco, que tengo la mujer postrá con la malaria yun cuadro e amilia que mantenel.—La Central no puede regalar los salarios; necesitamosgente deempuje.—Blanco, deme manque sea un trabajito e pinche, que escosa e muchachos.—No tengo más que discutir.Clavó las plateadas espuelas en los ijares del rucio, que sealejó borbotando el cuajo por un recodo umbroso.Domingo tecleaba convulsamente la raída pava entre losnudosos dedos de capá prieto. Apretujó con uerza el macheteque destelló chispas al sol matinal.Se sintió caña que cercena el machete. Los piesse le adheríanpesados al rugoso camino. Las voces ululantes de los boyeros se le
los ríos profundos
Bagazo
pegaban al oído más lúgubres, más remotas que nunca. Un sudorrío le bañaba las sienes y rodaba en diamantes hasta empaparlela azulosa camisa. Y se ue trastabillando, bamboleándose comoun ebrio, hacia el reposo de la mediagüita. Se cruzó con el mulatoMorrabal y se olvidó saludarlo.Percatándose del descuido, legritó con voz desalleciente:—Perdone, cabo, que iba como lelo...Y sin saber cómo llegó a la casita.La Susana lo presintió todo. Y desde el camastro dondesudaba a chorros las calenturas, con voz temblorosa le consoló.—No se apure, negro, que Dios no le alta a naide.Domingo no contestó. La Susana estranguló entre las suciasmantas un sollozo. En la minúscula casita...
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