Teutones

Páginas: 51 (12623 palabras) Publicado: 31 de octubre de 2012
La mañana se complicó. No fui capaz de encontrar una mecanógrafa disponible, la composición no entregó a tiempo los positivos del anuncio de los alemanes y uno de nuestros clientes más constantes anuló un encargo de cierto volumen. Me pasé toda la
mañana colgada del teléfono para nada. El trabajo estaba mal. Pablo tenía el contestador automático puesto. Había pensado invitarle a comer conel pretexto de comentar la repentina minusvalía social de nuestra común heredera para comprobar hasta qué punto había perdido mi poder sobre él, pero no me atreví a dejarle ningún mensaje. Chelo me llamó a primera hora de la tarde.
Estaba peor que yo, con una de esas depresiones húmedas que le disparan las secreciones, lágrimas, mocos, babas, la lengua gorda, sonidos ininteligibles, sórdidossonidos viscerales que saltan no se sabe cómo a la línea telefónica, la víctima goza, saborea su último llanto sobre la piedra de los sacrificios, el acero sobre su cuello frágil, dispuesto para ejercer la justicia, la injusticia suprema.
Esta vez me contó algo acerca del tribunal de las oposiciones, casi se podrían llamar "sus" oposiciones, después de tantos años.
Le colgué el teléfono.No la soporto, no soporto sus accesos de histeria. No soy una persona sensible, al parecer. Me he acostumbrado a vivir bajo esa sombra. Todavía soy capaz de recordarlo perfectamente. Cuando volví del colegio, Marcelo estaba en la cama, y Pablo sentado a sus pies. Tenía veintisiete años y acababa de publicar su primer libro de poemas, después del
clamoroso éxito obtenido por la edicióncrítica del Cántico Espiritual, pero eso todavía no me impresionaba. Era alto, grande, y ya tenía algunas canas. Yo le conocía desde que tenía memoria, y le amaba de una manera vaga y cómoda, sin esperanza. Un cantautor de moda iba a dar en Madrid un recital largamente esperado, todo un acontecimiento para la castigada oposición democrática. Pablo repetía que tenía que ir. Mi hermano insistíaen que no se encontraba con fuerzas para moverse, arrastraba una resaca horrorosa.
Entonces me ofrecí, era ya como un reflejo. Improvisé una expresión ansiosa, cerré los puños, intenté que mis ojos brillaran y repetí como un papagallo que me encantaría, me encantaría, me encantaría, de verdad que me encantaría ir. Nunca había dado resultado.
Pero esta vez Pablo me miró de arriba abajoy le pidió a mi hermano su opinión. Marcelo, con una cara que, para mi asombro, expresaba más recelo que otra cosa, meditó un momento, le recordó mi edad y luego le dijo que hiciera lo que quisiera. Pablo volvió a mirarme. Yo estaba tranquila porque sabía que me iba a rechazar. No lo hizo. Se levantó, me cogió del brazo y empezó a meterme prisa. Si no salíamos inmediatamente llegaríamostarde, y no existían demasiadas garantías de que el recital durara más de diez
minutos. Si nos perdíamos el principio, apenas llegaríamos a escuchar las sirenas de los coches de policía. Yo me resistía. No me había dado tiempo a cambiarme, llevaba puesto el uniforme del colegio, y solamente el jersey era nuevo, de mi talla. Ya era la más alta de todas mis hermanas. La falda la había heredado deIsabel y me quedaba muy corta, un palmo por encima de la rodilla. La blusa era de Amelia, otra herencia, los botones amenazaban perpetuamente con estallar. Cuando comenzó el curso, mi madre se había mostrado menos dispuesta que nunca a gastar dinero; total, aquel era mi último año. Las medias estaban desgastadas, el elástico se había aojado y no podía dar dos pasos sin que se me enrollaran en eltobillo. Los zapatos eran espantosos, con una suela de goma de dos dedos de alto. Y todo, excepto la trenka verde, perteneciente en origen a uno de mis hermanos varones, de un espantoso color marrón. Cuando una nace la séptima de nueve hermanos, sobre todo cuando los dos últimos son mellizos, no suele estrenar ni el uniforme. Fue inútil. No estaba dispuesto a esperar ni un minuto, aunque...
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