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Misprimeras impresiones fueron de grata sorpresa en lo referente al aspecto de Madrid, dondeyo no había estado desde los tiempos de GonzálezBrabo. Causábanme asombro la hermosura y amplitud de las nuevas barriadas, los expeditivos mediosde comunicación, la evidente mejora en el cariz delos edificios, de las calles y aun de las personas; losbonitísimos jardines, plantados en las antes polvorosasplazuelas, las gallardas construcciones de los ricos, las variadas y aparatosas tiendas, no inferiorespor lo que desde la calle se ve, a las de París o Londres y, por fin, los muchos y elegantes teatros paraLa Rioja, en el cuarenta y dos, las montañas violetasal oscurecer, esa felicidad de estar solo en una punta del mundo, y elegantes teatros. ¿De qué está hablando el tipo? Por ahí acaba de mencionar aParísy a Londres, habla de gustos y de fortunas, ya ves,Maga, ya ves, ahora estos ojos se arrastran irónicospor donde vos andabas emocionada, convencida deque te estabas cultivando una barbaridad porqueleías a un novelista español con foto en la contratapa, pero justamente el tipo habla de tufillo decultura europea, vos estabas convencida de que esaslecturas te permitirían comprender el micro yelmacrocosmo, casi siempre bastaba que yo llegara para que sacases el cajón de tu mesa –por que tenias una mesa de trabajo, eso no podía faltar nunca aunque jamás me entere de que clase de trabajos podias hacer en esa mesa- , si, del cajón sacabas la plaquete con poemas de Tristan L’Hermite, por ejemplo, o una disertación de Boris Schloezer, y me las mostrabas con el aire indeciso y a la, vez ufanode quien ha comprado grandes cosas y se va a poner a leerlas en seguida. No había manera de hacerte comprender que asi no llegarías nunca a nada, que había cosas que eran demasiado tarde y otras que eran demasiado pronto, y ya estabas siempre tan al borde de la desesperación en el centro mismo de la alegría y del desenfado había tanta niebla en tu corazón desconcertado. Impulsando a los que seestacionaban en las mesas, no, congmigo no podias contar para eso, tu mesa era tu mesa y yo no te ponía ni te quitaba de ahí, te miraba simplemente leer tus novelas y ezaminar las tapas y las ilustraciones de tus plaquetas, y vos esperabas que yo me sentara a tu lado y te explicara, te alentara, hiciera lo que toda mujer espera que un hombre haga con ella, le arrolle despacito un piolin en lacintura y zas la mande zumbando y dando vueltas, le de el impulso que la arranque a su tendencia a tejer pulovers o a hablar, hablar, interminablemente hablar de las muchas materias de la nada. Mira si soy un monstruoso, que tengo yo para jactarme, ni a vos te tengo ya porque estaba bien decidido que tenia que perderte(ni siquiera perderte, antes hubiera tenido que ganarte), lo que en verdad era poco...
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