The Scarlet Letter
Finalmente, mientras estaba en una habitación desolada donde el Reverendo Dimmersdale habíasido llamado para rezar, ella se había enterado que el había ido el día anterior a visitar el discípulo Eliot, uno de sus seguidores indios. Seguro que volverá por la tarde o mañana. Así que el día siguiente Hester cogió a la pequeña Perla- quien era la compañía necesaria de su madre en todos sus paseos, incluso si su presencia a veces era inoportuna- y empezaron su paseo.
El camino, después deque las dos viajeras han ido desde la península al continente, no era mas sino un sendero. Adelante se hundía en el misterio de la selva impenetrable. El bosque acorralaba y se levantaba tan negra y oscura en las dos partes y revelaba solo fugaz el cielo, que Hester no veía corrompida la selva moral en la cual vagaba desde tanto tiempo. Hacia fresco y era oscuro. Había muchas nubes agitadas por unabrisa, así que una chispa de sol resplandeciente podría ser vista de vez en cuando en su juego solitario por la calzada. Su breve alegría era siempre por alguna vista que veía al final del bosque. La inquieta luz del sol se retiraba a medida que se acercaban y dejaban los sitios donde había bailado la tristeza porque habían esperado encontrarlos resplandecientes.
“Mamá”, dijo la pequeña Perla,“la luz del sol no te quiere. Huye y se esconde porque tiene miedo de algo que tienes en tu pecho. ¡Ahora mira! Ahí esta, jugando lejos. Quédate aquí y déjame ir y cogerla. Solo soy una niña. ¡No va a huir de mí porque no tengo nada marcado en el pecho aún!
“Ni lo vas a tener, mi niña”, dijo Hester.
“¿Y porque no, mamá?” preguntó Perla, pausando, justo antes de empezar a correr. “¿No va a llegarsolo cuando voy a ser una mujer mayor?”
“Corre hija”, contestó la madre” ¡coge ese rayo de luz que enseguida va a desaparecer!”
Perla adelantó con pasos grandes y Hester sonrió viendo que si que había cogido el rayo de luz y se quedo riéndose en medio de todo eso radiante por su esplendor y chispeante con vivacidad. La luz persistía encima de la niña como alegre por tener un compañero de juego,hasta que su madre estaba demasiado cerca para entrar ella también en el círculo mágico.
“¡Va a huir ahora!” dijo Perla moviendo la cabeza.
“¡Mira!”, contestó Hester sonriendo. “Ahora puedo tender mi brazo y agarrar algo.”
Cuando intentó hacer eso, el rayo de luz desapareció; o, para juzgar por la expresión alegre que se veía en la cara de Perla, la madre podría creer que la niña lo ha asimiladoella misma y sucesivamente con un reflejo en su camino, estaba cayendo en algo sombrío. No había otro atributo que había impresionado tanto a la madre que esa energía del aspecto de Perla, como esa vivacidad del espíritu jamás encontrada; ella no estaba triste, como casi todos los niños que lo heredan, como la tuberculosis, de sus antepasados. Puede que esto también era una enfermedad, pero...
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