Todos
Sintió un hueco en el corazón, y antes de ser consciente de su pensamiento, supo que pensaba en ella. Los soldados que iban delante se habían parado, y allí, inmóvil bajo la lluvia, mientras esperaba a que la columna reanudara su marcha, recordó. Sólo era una india, se dijo. Sólo era una de esas indias. Las había a cientos, y ésta no tenía nada departicular. No era ni especialmente bonita ni especialmente nada. Pero él la encontró en el momento oportuno, al principio, cuando las relaciones de españoles y mexicanos aún eran buenas, ella le cobró afición al Teule barbudo de ojos azules; volvió un día tras otro, y él repetía hembra entre las bromas groseras de sus compañeros. -¿Qué le das, decían socarrones?
Aquella mexicana se le quedabamirando los ojos y lo acariciaba hablando cosas extrañas en su lengua. Era muy joven y muy triste; no se reía nunca, como si viviera envuelta en un presentimiento. Un día, ella le dio a entender que estaba preñada, y él se lo contó a los otros y todos se rieron mucho. Estuvo con ella por última vez antes de echarla a patadas, a ella y al bastardo pagano que llevaba en la tripa. Sin embargo, a lasegunda o tercera noche en que no volvió, se sintió extraño. Anduvo un par de días buscándola, sin admitirlo ni siquiera ante si mismo. Pero no dio con ella. Por fin reconoció, aunque tarde, que añoraba su piel sumisa, y el tono quedo de su voz cuando lo acariciaba, y aquella mirada oscura que a veces fijaba en él, orgullosa y lúcida e inconquistable allá adentro; y experimentaba una indefiniblenostalgia de algo que apenas había llegado a conocer. Pensaba en aquella india con un hueco raro en el corazón, igual que el que sentía esta noche. Un hueco cuya intensidad superaba, incluso, la del miedo. Porque el miedo ya era mucho. Los tambores habían acelerado su batir, y Tenochtitlán entera resonaba de trompetas y gritos de los mexicanos alertados: se van, los Teules se van, acudid y atajadlos yque no quede uno con vida. Y de la noche surgían cientos y miles de guerreros que caían en turba sobre la columna, y la laguna y los canales se cubrían de canoas de indios vociferantes, y los pasos y los puentes se taponaban de caballerías muertas, y de fardos con oro abandonados, y de mexicanos armados y feroces tirando con lanzas y flechas y mazas.
Resbalaban los caballos en la calzadamojada de lluvia y caían los hombres desventrados, gritando, a los canales, y avanzaban los españoles en la oscuridad, por los vados a medio llenar de los puentes. El agua por la cintura, lastrados por el peso del oro, bajo el que se ahogaban muchos. - ¡Atrás, volvamos! - gritaban algunos, corriendo a encerrarse de nuevo allí de donde ya no saldrían jamás. Otros apretaban los dientes y seguíanentre la turba de indios, arremetiendo a cuchilladas. - ¡Adelante, adelante, a Tacuba y Veracruz…o al infierno esta noche! - y Cortés y los que iban a caballo se alejaban ya a salvo picando espuelas con la vanguardia, dejando muy atrás los puentes y a los que iban a pie, dejando atrás a esa retaguardia sumergida bajo miles de mexicanos sedientos de venganza, a la retaguardia que ya no era sino undesorden de hombres luchando a la desesperada por abrirse paso, gritos por todas partes, gritos de los hombres que clavaban las espadas ensangrentadas, gritos de los heridos y agonizantes, gritos de los mexicanos que caían con valor inaudito sobre los soldados rebozados de hierro, sangre y fango de los canales, gritos de los españoles apresados a quienes cortaban los tendones de los pies para que noescapasen, antes de arrastrarlos vivos hasta las pirámides de los templos, donde los sacerdotes no daban abasto y la sangre corría en regueros espesos bajo la lluvia.
El soldado de los ojos azules peleó con bravura, a la desesperada, chapoteando en el barro, abriéndose paso a estocadas. El saco de oro le pesaba en el hombro pero no quiso dejarlo. Había ido muy lejos a buscarlo, y no...
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