tosca
Su padre la sentó al piano a los cinco años y a los diez Maurizia Rugieri dio su primer recital en el
Club Garibaldi, vestida de organza rosada y botines de charol, ante un público benévolo,
compuesto en su mayoría por miembros de la colonia italiana. Al término de la presentación
pusieron varios ramos de flores a sus pies y el presidente del club le entregó una placa
conmemorativa yuna muñeca de loza, adornada con cintas y encajes.
-Te saludamos, Maurizia Rugieri, como a un genio precoz, un nuevo Mozart. Los grandes
escenarios del mundo te esperan -declamó.
La niña aguardó que se callara el aplauso y, por encima del llanto orgulloso de su madre, hizo oír su
voz con una altanería inesperada.
-Ésta es la última vez que toco el piano. Lo que yo quiero es ser cantante-anunció y salió de la sala
arrastrando a la muñeca por un pie.
Una vez que se repuso del bochorno, su padre la colocó en clases de canto con un severo maestro,
quien por cada nota falsa le daba un golpe en las manos, lo cual no logró matar el entuasiasmo de
la niña por la ópera. Sin embargo, al término de la adolescencia se vio que tenía una voz de pájaro,
apenas suficiente para arrullar a uninfante en la cuna, de modo que debió de cambiar sus
pretensiones de soprano por un destino más banal. A los diecinueve años se casó con Ezio Longo,
inmigrante de primera generación en el país, arquitecto sin título y constructor de oficio, quien se
había propuesto fundar un imperio sobre cemento y acero y a los treinta y cinco años ya lo tenía
casi consolidado.
Ezio Longo se enamoró deMaurizia Rugieri con la misma determinación empleada en sembrar la
capital con sus edificios. Era de corta estatura, sólidos huesos, un cuello de animal de tiro y un
rostro enérgico y algo brutal, de labios gruesos y ojos negros. Su trabajo lo obligaba a vestirse con
ropa rústica y de tanto estar al sol tenía la piel oscura y cruzada de surcos, como cuero curtido. Era
de carácter bonachón y generoso,reía con facilidad y gustaba de la música popular y de la comida
abundante y sin ceremonias. Bajo esa apariencia algo vulgar se encontraba un alma refinada y una
delicadeza que no sabía traducir en gestos o palabras. Al contemplar a Maurizia a veces se le
llenaban los ojos de lágrimas y el pecho de una oprimente ternura, que él disimulaba de un
manotazo, sofocado de vergüenza. Le resultabaimposible expresar sus sentimientos y creía que
cubriéndola de regalos y soportando con estoica paciencia sus extravagantes cambios de humor y
sus dolencias imaginarias, compensaría las fallas de su repertorio de amante. Ella provocaba en él
un deseo perentorio, renovado cada día con el ardor de los primeros encuentros, la abrazaba
exacerbado, tratando de salvar el abismo entre los dos, perotoda su pasión se estrellaba contra los
remilgos de Maurizia, cuya imaginación permanecía afiebrada por lecturas románticas y discos de
Verdi y Puccini. Ezio se dormía vencido por las fatigas del día, agobiado por pesadillas de paredes
torcidas y escaleras en espiral, y despertaba al amanecer para sentarse en la cama a observar a su
mujer dormida con tal atención que aprendió a adivinarle lossueños. Hubiera dado la vida por que
ella respondiera a sus sentimientos con igual intensidad. Le construyó una desmesurada mansión
sostenida por columnas, donde la mezcolanza de estilos y la profusión de adornos confundían el
sentido de orientación, y donde cuatro sirvientes trabajaban sin descanso sólo para pulir bronces,
sacar brillo a los pisos, limpiar las pelotillas de cristal de laslámparas y sacudir los muebles de patas
doradas y las falsas alfombras persas importadas de España. La casa tenía un pequeño anfiteatro en
el jardín, con altoparlantes y luces de escenario mayor, en el cual Maurizia Rugieri solía cantar para
sus invitados. Ezio no habría admitido ni en trance de muerte que era incapaz de apreciar aquellos
vacilantes trinos de gorrión, no sólo para no poner en...
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