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EL INTRUSO

Creía, como muchos, que el hombre era el juez supremo de sus actos y sus pensamientos. Que los límites del bien o del mal, de lo justo o lo injusto, de lo moral o amoral; solo podíanser determinados por nuestras conciencias. Pero aquella noche, aquella espantosa noche que nunca olvidaré; comprendí que había vivido ciego, ciego a lo realmente trascendental.
La rauda e imperdonabletormenta azotaba con furia la ciudad. En mi habitación -inmune al gélido bramar del invierno- una placentera oscuridad hacía compañía a mis más insondables pensamientos, mientras que mi cuerpo-presa de nubilosas sensaciones que las bocanadas del cannabis milagroso le iban dejando- permanecía quieto, invariable, casi fuera de mí, recostado incólume y extasiado sobre el refugio del caos que milecho brindaba. Pero de pronto: Una extraña voz rompió la subjetividad del ambiente y me llamó.
–Carajo, esta si es de las buenas –me dije sintiendo una sonrisa cómplice y de regocijo en los labios,al tiempo que mis ojos clavaban extasiadas sus miradas en el ya casi consumido moño rojo que entre mis dedos se disipaba- Que tal alucinada recalqué complacido. Pasaron segundos, quizá minutos, o talvez horas, mis parpados se disponían a entregarse al pacto del reencuentro nocturno, cuando de improviso: La desconocida voz volvió a surgir con violencia, ahora tan real, tan amenazadora, que micuerpo -que hasta ese momento permanecía en sosiego- estremecido empezó a temblar incontrolable, mientras que mis ojos, sorprendidos, muy sorprendidos, a tal punto de poder explotar dentro de susórbitas, recorrían inútiles de lado a lado cada espacio enmarcado dentro de aquella oscura habitación.
Con gran esfuerzo bajé de la cama, sintiendo la respiración cortada y un intenso sudor que mehumedecía hasta las entrañas, fui directo hacia el interruptor, encendí la luz e, instintivamente cogí el cuchillo que en la mesa permanecía; pero nadie, no había absolutamente nadie.
Más calmado e,...