trabajos
calzada de La Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el
parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Doctores.
Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal,el
gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los
ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el
Hombre del Costal se queda con todo. De día es unmendigo; de
noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus
víctimas. El miedo de estar cerca de Romita. El miedo de pasar en
tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles ydurmientes;
abajo el río sucio de La Piedad que a veces con las lluvias se
desborda.
Pero aquel año, al parecer, las cosas andaban muy
bien: a cada rato suspendían las clases para llevarnos a lainauguración de carreteras, avenidas, presas, parques deportivos,
hospitales, ministerios, edificios inmensos.
Por regla general eran nada más un montón de piedras. El
presidente inauguraba enormesmonumentos inconclusos a sí mismo.
Horas y horas bajo el sol sin movernos ni tomar agua -Rosales trae
limones; son muy buenos para la sed; pásate uno- esperando la
llegada de Miguel Alemán. Joven,sonriente, simpático, brillante,
saludando a bordo de un camión de redilas con su comitiva.
Aplausos, confeti, serpentinas, flores, muchachas, soldados
(todavía con sus cascos franceses), pistoleros(aún nadie los llamaba
guaruras), la eterna viejecita que rompe la valla militar y es
fotografiada cuando entrega al Señorpresidente un ramo de rosas.
Había tenido varios amigos pero ninguno lescayó bien a mis
padres: Jorge por ser hijo de un general que combatió a los cristeros;
Arturo por venir de una pareja divorciada y estar a cargo de una tía
que cobraba por echar las cartas; Albertoporque su madre viuda
trabajaba en una agencia de viajes, y una mujer decente no debía
salir de su casa. Aquel año yo era amigo de Jim. En las
inauguraciones, que ya formaban parte natural de la...
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