Trabe

El consumo de drogas es algo verdaderamente antiguo, pero el escándalo es reciente. Nunca como ahora se habían consumido tantas en diversidad y cuantía, pero tampoco nunca habían sido tan mal vistas por las buenas conciencias dominantes, igual hipócritas que absurdas. Felipe Calderón admite que se discuta en el país la posible legalización de las drogas ilícitas. Pero para hacer un debate no serequiere la aceptación del señor Calderón ni de nadie en particular. Este es un tema mundial y se analiza en el mundo.

La forma en que Calderón enfoca el problema es del todo errónea. No se trata de la sencilla legalidad de la producción y comercio de estupefacientes, sino de algo mucho más importante: el control de las drogas.

Hoy, no existe ningún control del Estado más que a través deleves alteraciones en la demanda y la oferta de enervantes. Cuando la producción disminuye o el comercio se complica, el precio aumenta, pero no ocurre nada trascendente. Existe una especie de seguro por los riesgos del transporte. Cuando los decomisos son mayores, se recurre a un fondo de salvaguarda que compensa pérdidas de circunstancia. El negocio de las drogas opera como cualquier otro, tienesus riesgos económicos y estos son cubiertos convenientemente.

La prohibición de las drogas permite al Estado desentenderse de las regulaciones de la producción, distribución y consumo de las mismas. Sin embargo, los costos del combate al narcotráfico son mayores, no sólo ni tanto por el gasto en la persecución del delito sino por las vidas que se pierden.

En realidad, el consumo de drogasno es visto por la sociedad como algo antijurídico. Por ello ése no es un delito establecido en los códigos penales de muchos países, incluido México. Se dice que se combate la producción y el comercio, pero eso tampoco es tan cierto. Más bien podría decirse que se hace como que se persigue pero sin alterar las cantidades anuales y, por tanto, sin disminuir el consumo. Si dejamos a un lado loscambios en las preferencias de los consumidores, van en aumento las compras anuales de droga y, en tal medida, el número de consumidores. Así, todo esto es un desastre mundial, sin exageraciones.

El Estado se queja amargamente del flagelo de las drogas, aunque en México el mayor problema de hoy es la violencia vinculada. No obstante, casi nadie en ese mismo Estado y en otros muchos se ocupa deplantear el tema del control. No tendría caso seguir en un debate sobre el Código Penal sin plantear el mecanismo a través del cual el Estado pudiera hacerse cargo del problema, es decir, de la regulación de la producción y el comercio.

A cambio, Calderón le tira la bronca al Congreso y les pide a los clérigos ayuda. Nada más insensato. Los legisladores no han querido aprobar que las tropaspuedan retener por 24 horas a quienes aprehenden ni que tengan la licencia de irrumpir sin orden judicial en cualquier domicilio. Es verdad que los militares lo hacen pero no se los permite la ley, lo cual es una diferencia. Por lo demás, ha existido una colaboración en demasía del Congreso con las pretensiones policiacas del Ejecutivo. De la posible ayuda de los sacerdotes mejor ni hablamos porfalta de elementos de juicio: pocos quisieran ver a las iglesias metidas en el fangal del narco, de cualquier forma que fuera.


Lo que se le pide al Ejecutivo es que haga bien su trabajo, es decir, que enfrente con éxito la crisis de violencia. Pero habría que pedirle al mismo tiempo que enfoque bien el problema de fondo de las drogas, el cual, por cierto, no puede ser resuelto por México demanera unilateral, sino dentro de actos de gobierno mundial.

Se abre así la discusión que se escenifica en la esfera del territorio mexicano, acerca de la legalización de las drogas o algunas alternativas que fueren más permisivas. Señalar la posibilidad de legalizar el consumo implica que el Congreso de la Unión (diputados y senadores) reforman las leyes para eliminar la prohibición para la...