TRADICION HISTORIA DE UN CA ONCITO
- Ricardo Palma -
Según Palma no a habido peruano que conociera bien su tierra y a los hombres de su tierra como don Ramón Castilla.
Para él la empleomanía erala tentación irresistible y el móvil de todas las acciones de los hijos de la patria.
Estaba don Ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849). Corporaciones y particulares acudieron al gran salón de palacio a felicitar al supremo mandatario.
Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en prenda de afecto, un dije para el reloj.
Era unmicroscópico cañoncito de oro montado sobre una cureñita de filigrana de plata: un trabajo primoroso, en fin, una obra de hadas.
El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propiade él. Pidió a uno de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete.
Don Ramón se negaba a tomar el dije en sus manos por que afirmaba que el cañoncito estaba cargado y no eraconveniente jugar con armas peligrosas.
Los días transcurrieron y el cañoncito permanecía sobre la consola, siendo objeto de conversación y curiosidad para los amigos del presidente, quien no se cansabade repetir:
“¡Eh! Caballeros hacerse a un lado…, o hay que tocarlo… el cañoncito apunta…, no se si la puntería es alta o baja…, no hay que arriesgarse,…, retírense… no respondo de averías.
Y taleseran las advertencias de don Ramón, que los palaciegos llegaron a persuadirse de que el cañoncito sería algo más peligroso que una bomba o un torpedo.
Al cabo de un mes el cañoncito desapareció dela consola, para formar parte de los dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el presidente a sus tertulios:
¡Eh! Señores… ya hizo fuego el cañoncito…, puntería baja… poca pólvora… proyectil diminuto… ya no hay peligro… examínenlo.
Lo que había sabido es que el artificio del regalo aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del...
Regístrate para leer el documento completo.