tradiciones peruanas

Páginas: 8 (1782 palabras) Publicado: 14 de octubre de 2014
Tradiciones peruanas - Tercera serie
Tras la tragedia el sainete
de Ricardo Palma
Pues, señor, allá por los años de 1814 había en Lima un maestro de escuela llamado don Bonifacio, vizcaíno que si hubiese alcanzado estos tiempos, habría podido servir de durmiente en una línea férrea. ¡Tanto era duro de carácter!
El supradicho don Bonifacio esgrimía la despótica palmeta en una escuela de lafeligresía de San Sebastián, situada en la casa no sabemos por qué motivo llamada de la Campaña, y era tenido generalmente por el Nerón de los dómines. «Más cardenales hace el chicote que el Papa», solía decir don Bonifacio. Gastaba látigo especial para cada día de la semana, lo que constituía un verdadero lujo, y todos habían sido bautizados con diverso nombre. El del lunes llamábase Terremoto, eldel martes Sacasuertes, el del miércoles San Pascual Bailón, el del jueves Cascaduro, el del viernes Biscochuelo, el del sábado San Martín. Desde la víspera del cumpleaños del magíster, los muchachos le pedían las seis disciplinas y la palmeta; y en la mañana del santo, tras de quemar algunos paquetes de cohetecitos de la China y de tirar por alto cocos y nueces, le devolvían los cotidianosinstrumentos de suplicio, adornados con cintas y cascabeles. El dómine concedía asueto, y los chicos se desparramaban como bandada de pájaros por las murallas y huertas de la ciudad, armando más de una pelotera.
En esos tiempos era, como quien dice, artículo constitucional (por supuesto, mejor cumplido que los que hogaño trae, en clarísimo tipo de imprenta, nuestra carta política) aquel aforismo de laletra con sangre entra. También el refrán «ceño y enseño, al mal niño lo hacen bueno» era habitual en boca de su merced.
Pedía el maestro la lección de Astete o de Ripalda, y ¡ay del arrapiezo que equivocaba sílaba al repetirla de coro! Don Bonifacio le aplicaba un palmetazo, diciéndole: «¡Ah bausán! Ya va un punto». Con el escozor del castigo y con la reprimenda, acabábase de turbar el futurociudadano y trabucábasele por completo la aprendida lección. Proseguía, no obstante, gimoteando y limpiándose la moquita con el dorso de la mano. El dómine le corregía la segunda falta, gritando: «¡Ah cocodrilo! Te has comido una ese del plural. Van dos puntos». Segundo palmetazo. A la tercera equivocación se llenaba la medida de la benevolencia magistral. Don Bonifacio echaba chispas por susojillos, y de sus labios brotaba esta lacónica y significativa frase: «¡Al rincón!».
El rincón era lo que la capilla para un reo condenado a muerte. Cuando ya tenía un competente número de arrinconados, cogía don Bonifacio el zurriago correspondiente al día, y ¡zis! ¡zas! cada muchacho recibía seis bien sonados chicotazos. Sin perjuicio de la azotaina, al que durante tres días no sabía al dedillo lalección lo plantaba en el patio de la casa a la vergüenza pública, adornándole la cabeza con una coroza o cucurucho de cartón donde estaban escritas con letras gordas como celemines estas palabras: «¡Por borrico!».
En ciertas escuelas protegidas por la nobleza de Lima, los condesitos y marquesitos gozaban de un privilegio curioso. Todos concurrían acompañados de un negrito de su misma edad, hermanode leche del amito, el cual era el editor responsable de las culpas de su aristocrático dueño. ¿No sabía el niño la lección? Pues el negrito aguantaba la azotaina, y santas pascuas. En otras escuelas, el maestro acostumbraba los sábados dar a los alumnos, en premio de su buena conducta o aplicación, unas cedulillas impresas, conocidas con el nombre de parco-tibi, y que eran ni más ni menos quevales al portador para libertarlo de seis azotes. Así, cuando un muchacho delinquía y el dómine le condenaba al rincón, con decir: «señor maestro, tengo parco-tibi» alcanzaba absolución plenaria. Por nada de este mundo perecedero habría dejado un dómine de respetar el parco-tibi. Proceder de otra manera habría sido depreciar11 el papel del Estado.
Estos vales al portador se cotizaban como...
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