Transmitir la fe
Con espíritu agradecido al Señor nos volvemos a reunir en esta basílica de San Juan de Letrán con motivo de la inauguración del congreso diocesano anual. Damos gracias a Dios que nos permite en esta tarde revivir la experiencia de la primera comunidad cristiana, que “tenía un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4, 32). Doy las gracias al cardenalvicario por las gentiles palabras que me ha dirigido en nombre de todos y presento a cada quien mi saludo más cordial, asegurando mi oración por vosotros y por aquellos que no pueden estar aquí compartiendo esta importante etapa de la vida de nuestra diócesis, en particular por quienes viven momentos de sufrimiento físico o espiritual.
Me ha complacido saber que en este año pastoral habéiscomenzado a aplicar las indicaciones surgidas en el congreso del año pasado, y confío que también en el futuro cada comunidad, sobre todo parroquial, siga comprometiéndose para atender cada vez mejor, con la ayuda ofrecida por la diócesis, la celebración de la Eucaristía, particularmente la dominical, preparando adecuadamente a los agentes pastorales y dedicándose para que el misterio del altar seavivido cada vez más como un manantial del que se puede sacar la fuerza para ofrecer un testimonio más incisivo de la caridad, que renueve el tejido social de nuestra ciudad.
El tema de esta nueva etapa de evaluación pastoral, “La alegría de engendrar en la fe de la Iglesia de Roma – La iniciación cristiana”, está relacionado con el camino ya recorrido. De hecho, desde hace ya muchos años nuestradiócesis está comprometida en la reflexión sobre la transmisión de la fe. Recuerdo que, precisamente en esta basílica, en una intervención durante el Sínodo Romano, cité unas palabras que me había escrito Hans Urs von Balthasar:“La fe no debe ser presupuesta sino propuesta”. Así es. De por sí, la fe no se conserva en el mundo, no se transmite automáticamente al corazón del hombre, sino que debe sersiempre anunciada. El anuncio de la fe, a su vez, para que sea eficaz debe comenzar por un corazón que cree, que espera, que ama, un corazón que adora a Cristo y cree en la fuerza del Espíritu Santo. Así sucedió desde el inicio, como nos recuerda el episodio bíblico escogido para iluminar esta evaluación pastoral. Está tomado del segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles, en el que sanLucas, nada más haber narrado el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, refiere el primer discurso que san Pedro dirigió a todos. La profesión de fe al final del discurso --“Ese Jesús que vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hechos 2, 36)-- es el gozoso anuncio que la Iglesia no deja de repetir desde hace siglos a cada hombre.
Ante aquel anuncio todos“se conmovieron profundamente”. Esta reacción fue causada ciertamente por la gracia de Dios: todos comprendieron que esa proclamación realizaba las promesas y provocaba en cada uno el deseo de la conversión y del perdón de los propios pecados. Las palabras de Pedro no se limitaban al anuncio de hechos, sino que mostraban su significado, poniendo en relación la vicisitud de Jesús con las promesas deDios, con las expectativas de Israel y, por tanto, con las de cada hombre. La gente de Jerusalén comprendió que la resurrección de Jesús era capaz de iluminar la existencia humana. De hecho, de este acontecimiento nació una nueva comprensión de la dignidad del hombre y de su destino eterno, de la relación entre el hombre y la mujer, del significado último del dolor, del compromiso en laconstrucción de la sociedad. La respuesta de la fe nace cuando el hombre descubre, por gracia de Dios, que creer significa encontrar la verdadera vida, la “vida en plenitud”. Uno de los grandes padres de la Iglesia, san Hilario de Poitiers, escribió que se convirtió en creyente cuando comprendió, al escuchar en el Evangelio, que para alcanzar una vida verdaderamente feliz eran insuficientes tanto las...
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