Tren
No han de ser muchos los ferroviarios que puedan relatar problemas tan graves como los míos en su primer viaje como jefes de tren.
Antes de partir, don Alfonso ‑mi jefe directo‑ me había infundido ánimo: "Puedes ir tranquilo. Te designé a don Anselmo Moya como segundo. El tiene más experiencia que nadie."
Abandonamos Santiago a las ocho AM, en el rápido con destino a Puerto Montt, aunos mil Km de distancia.
Buen viaje. La jefatura sólo significaba mantener la reglamentación vigente. No quedaba nada por decidir. Ya existía una invariable rutina para ese itinerario cotidiano.
Me fui relajando. A la hora de once, con la nariz pegada a la ventanilla anterior, me entretuve admirando la vertiginosa penetración de la vía y el paisaje adyacente en las entrañas de lamáquina, pasando previamente a través de mí. Tracción poderosa y uniforme, casi sin vibraciones. Vehículo eléctrico volando sobre rieles soldados, transformados en una ininterrumpida barra de acero sin fin. Arriba, un claro cielo sureño de verano...
En la ventanilla lateral el espectáculo era diferente. Todo viajaba hacia atrás. El desplazamiento de cada plano estaba dotado de un ritmoparticular. En la distancia el macizo andino ofrecía un marco de referencia, acercando y elevando el horizonte inmóvil. Luego hileras y más hileras de verdes pinos cada vez más cercanos, distinguiéndose entre sí por las respectivas velocidades de pasada según la distancia, hasta llegar a los vecinos a la vía, cuya veloz fuga transformaba las estructuras en un mosaico casi amorfo. Arboles y tierra ypostes y árboles y tierra y matorrales y rocas y árboles y tierra... Bosques y más bosques...
Ferroviarios... Gremio abnegado. Trabajo duro, sueldos cortos, escaso reconocimiento social, faenas monótonas, futuro económico sin proyecciones, en fin... Pese a ello casi nadie desertaba. ¿Qué lazo invisible nos mantenía encadenados? En muchos casos vocación familiar, sustentada sobrerománticos ecos infantiles centrados en las locomotoras encantadas "del papá", dueño de alguna lejana estación. Vivencias idealizadas en los libros de lectura y películas de la primera etapa del aprendizaje. Nacidos y criados dentro de la secuencia de traslados a provincias, los primeros años de los hijos de ferroviarios casi siempre transcurrían en algún caserío o una minúscula aldeaperdida en el mapa, sin más atractivos que el movimiento de trenes; a salvo de la televisión, de sus horribles robots y civilizaciones intergalácticas, sus inmorales superhéroes para quiénes el fin justifica los medios, del consumismo y la agresividad...
Cuando pequeño los trenes habían sido mi locura, pero mi interés se fue debilitando cuando el petróleo reemplazó al carbón y más aún con eladvenimiento de la energía eléctrica. Los trenes actuales no tenían sabor a nada. No había elegido racionalmente este trabajo; de repente me hallé inmerso en él, sin saber cómo.
En mis recuerdos infantiles los trenes a carbón ocupaban un lugar preferencial, junto a felices momentos con papá y sus compañeros, hombres rudos, bulliciosos, con gran espíritu de solidaridad y camaradería. Buenagente...
Me dirigí hacia los carros de primera, deteniéndome en un pasillo de unión, desde donde podía tener una visión expedita de la naturaleza que nos circundaba. Un sólo tupido e ilimitado bosque. Valle estrecho, verde, comprimido por cadenas montañosas cercanas también verdes, que se sucedían interminablemente. En los trechos en que la plataforma de los rieles ‑y el punto de visión‑ seelevaba, aparecía la gran cordillera grisácea, distante, con nieve en sus cimas, emergiendo sobre el follaje. Paisaje repetido a lo largo de más de quinientos kilómetros, desde la provincia de Bio-Bio hasta el fin del Chile continental. Ferrocarril intruso perturbando la natural majestad de aquellos parajes, milagrosamente a salvo de la intervención humana. Aspiré aroma de pino......
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