tristes tropicos
un talud de escombros. Esta modesta aldea, de la que sólo han subsistido
sus basamentos, tampoco sobrepasa el nivel de las callejasgeométricas por donde yo caminaba. Me parecía contemplar su plano
desde muy alto o desde muy lejos, y esa ilusión, favorecida por la
falta de vegetación, agregaba una profundidad más a la de lahistoria.
En esas casas quizá vivieron los escultores griegos que seguían a
Alejandro, creadores del arte de Gandhara, los cuales inspiraron a
los antiguos budistas la audacia de representar a su dios.Un reflejo
brillante a mis pies me detuvo: era de una piececita de plata,
desprendida por las lluvias recientes, que llevaba la siguiente inscripción,
en griego: MENANDRU BASILEUS SOTEROS.Me atormentaba sobre todo la presencia
del Islam; no porque hubiera pasado los meses precedentes en un
medio musulmán: aquí, frente a losgrandes monumentos del arte
grecobúdico, mis ojos y mi espíritu seguían abarrotados por el recuerdo
de los palacios mongoles, a los que había dedicado las últimas
semanas, en Delhi, Agra y Lahore.Después de Calcuta, su bullente miseria y sus barrios sórdidos
que parecen trasponer al plano humano la profusiónenmohecedora
de los trópicos, yo esperaba encontrar en Delhi la serenidad de la
historia.Cuando finalmente llegamos a la ciudad presuntamente
antigua, la desilusión fue mayor: como todo lo demás, era un acantonamiento
inglés. Los días siguientes me mostraronque en lugar
de encontrar un pasado concentrado en un pequeño espacio, como
en las ciudades europeas, Delhi se me aparecía como un matorral
abierto a todos los vientos donde los monumentos estaban...
Regístrate para leer el documento completo.