Tuci Dides2
De hecho, los discursos de Tucídides hicieron surgir grandes dudas ya entre los críticos de la Antigüedad.
Su efectividad escapa acualquier reparo: el impacto total es abrumador. El lector resulta por entero arrebatado; no sólo le parece que ha visto la Guerra del Peloponeso desde dentro, sino que está seguro de saber qué cosasestaban en ,juego y por qué los acontecimientos siguieron aquellos desarrollos. Y, aún más, su comprensión parece venir de los mismos actores, no del historiador. A los ontemporáneos de Tucídides, muhomás que a nosotros, esto les parecía un proceso natural e inteligible. Ningún pueblo ha elevado la conversación y el diálogo al rango de ser modos de vida, como lo hicieron los antiguos griegos. Sepasaban el día hablando, en privado y en público, y lo hacían con entusiasmo y persuasión. Su literatura está llena de diálogo, desde los largos discursos y monólogos de la Ilíada y la Odisea a losparlamentos y debates igualmente largos de Heródoto. Y precisamente por los años de la Guerra del Peloponeso vivió Sócrates, quien no hizo otra cosa sino hablar ‑un filósofo sin paralelo, ya que en todasu larga existencia no escribió ni una sola línea‑. Sin embargo, no es el caso que ningún lector ilustrado de Homero o de Heródoto creyese ni por un momento que los discursos pronunciados en suslibros no fueran sino creaciones del autor, mientras que, por el contrario, Tucídides causaba la impresión no de crear sino de transcribir.
Incluso sus más fervorosos admiradores tienen que conceder quelos discursos, que constituyen una parte esencial de toda la obra, no se relatan en el mismo plano que la narración. El proceso de selección ha ido demasiado lejos: el historiador ha ,aceptado la...
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