Un cuarto propio (Virginia Woolf)
Pero, como decía, mi tía murió; y cada vez que cambio un billete de diez chelines, desaparece un poco de esta carcoma y de esta corrosión; se van el temor y la amargura. Realmente, pensé, guardando las monedas en mi bolso, esnotable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo, Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y el luchar, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que darme. Demodo que, imperceptiblemente, fui adoptando una nueva actitud hacia la otra mitad de la especie humana. Era absurdo culpar a ninguna clase o sexo en conjunto. Las grandes masas de gente nunca son responsables de lo que hacen. Las mueven instintos que no están bajo su control. También ellos, los patriarcas, los profesores, tenían que combatir un sinfín de dificultades, tropezaban con terriblesescollos. Su educación había sido, bajo algunos aspectos, tan deficiente como la mía propia. Había engendrado en ellos defectos igual de grandes. Tenían, es cierto, dinero y poder, pero sólo a cambio de albergar en su seno un águila, un buitre que eternamente les mordía el hígado y les picoteaba los pulmones: el instinto de posesión, el frenesí de adquisición, que les empujaba a desear perpetuamentelos campos y los bienes ajenos, a hacer fronteras y banderas, barcos de guerra y gases venenosos; a ofrecer su propia vida y la de sus hijos. Pasad por debajo del Admiralty Arch (había llegado a este monumento) o recorred cualquier avenida dedicada a los trofeos y al cañón y reflexionad sobre la clase de gloria que allí se celebra. O ved en una soleada mañana de primavera al corredor de Bolsa y algran abogado encerrándose en algún edificio para hacer más dinero, cuando es sabido que quinientas libras le mantendrán a uno vivo al sol. Estos instintos son desagradables de abrigar, pensé. Nacen de las condiciones de vida, de la falta de civilización, me dije mirando la estatua del duque de Cambridge y en particular las plumas de su sombrero de tres picos con una fijeza de la que raramente...
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