Un Di A De Trabajo Truman Capote
Truman Capote
Escena: Una lluviosa mañana de abril, 1979. Voy caminando por la Segunda Avenida en la
ciudad de Nueva York, llevando una vieja bolsa de compras, de hule, repleta de materiales de
limpieza de propiedad de Mary Sánchez, que va a mi lado tratando de protegerme con un paraguas, lo que no es muy difícil, ya que es mucho más alta que yo, de metro ochenta de estatura.
Mary Sánchez es una profesional de la limpieza que trabaja por hora, a cinco dólares la hora,
seis días por semana. Trabaja unas nueve horas al día, y por lo general visita unos veinticuatro
domicilios diferentes entre lunes y sábados. Sus clientes generalmente no requieren sus servicios
más que una vez a la semana.
Mary tiene cincuenta y siete años, y es nativa de un pueblito de Carolina del Sur, hace
cuarenta años vive en el “Norte”. Su marido, un portorriqueño, murió el verano pasado. Tiene una
hija casada que vive en San Diego, y tres hijos varones, uno de los cuales es dentista, el otro está
cumpliendo una condena de diez años por robo a mano armada, y el tercero “se ha ido,
simplemente. Dios sabe adónde. Me llamó la Navidad pasada, y sonaba como de muy lejos. Le
pregunté adónde estás, Pete, pero no quiso decirme, así que le dije que su papá había muerto, y me
dijo qué bien, que ése era el mejor regalo de Navidad que podía darle, así que corté, con todas mis
fuerzas, y espero que nunca vuelva a llamar. Escupir de esa manera en la tumba del papá. Bueno,
claro, Pedro nunca fue bueno con los chicos. Ni conmigo. No hacía más que emborracharse y jugar
a los dados. Andaba con malas mujeres. Lo encontraron muerto en un banco del Central Park. Tenía
una botella vacía de Jack Daniels envuelta en una bolsa de papel madera entre las piernas. Ese
hombre siempre bebió únicamente lo mejor. Aun así, Pete fue demasiado lejos al decir que se
alegraba de que su padre estuviera muerto. Le debía el don de la vida, ¿no? Y yo también debía algo
a Pedro. Si no fuera por él, seguiría siendo una ignorante bautista, perdida para el Señor. Pero al
casarme, me casé por la Iglesia Católica, y la Iglesia Católica trajo un brillo a mi vida que nunca se
ha apagado, y nunca se apagará, ni siquiera cuando muera. Crié a mis hijos en la Fe. Dos salieron
muy bien, y eso se lo debo a la Iglesia, más que a mí.”
Mary Sánchez es musculosa, pero tiene una cara agradable, redonda, pálida y afable, con
una nariz respingada y un lunar en lo alto de la mejilla izquierda. No le gusta el término “negro”
cuando se aplica racialmente. “Yo no soy negra. Soy morena. Una mujer de color, morena clara. Y
le diré otra cosa. No conozco a muchas otras personas de color a quienes les gusta que les digan
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negros. A lo mejor algunos jóvenes. Y los extremistas. Pero no las personas de mi edad, ni la mitad
de jóvenes. Ni siquiera les gusta a los que son realmente negros. Yo soy de color, y católica, y me
enorgullezco al decirlo.”
Conozco a Mary Sánchez desde 1968, fecha en que empezó a trabajar para mí, y ha seguido
haciéndolo periódicamente. Es concienzuda y se interesa más de lo acostumbrado en sus clientes, a
algunos de los cuales apenas conoce, o no ha visto en absoluto, ya que muchos son hombres y mujeres solteros que trabajan y no están en casa cuando ella llega a limpiarles el departamento. Se
comunican recíprocamente por notas: Mary, por favor riegue los geranios y dé de comer al gato.
Espero que usted esté bien. Gloria Scotto.
Una vez le dije que me gustaría seguirla durante un día de trabajo, y ella dijo que bueno, que
no ...
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