Un hombre acabado Giovanni Papini

Páginas: 272 (67795 palabras) Publicado: 11 de julio de 2014

GIOVANNI PAPINI

Un hombre acabado




Tu non se’ morta, ma se’ ismarrita
Anima nostra, che si ti lamenti.
DANTE



ANDANTE

Vivió toda su edad solo y salvaje
ARIOSTO


I

UN MEDIO RETRATO

Yo nunca he sido niño. No he tenido infancia.
Cálidas y blondas jornadas de embriaguez pueril; largas serenidades de la inocencia; sorpresas de losdescubrimientos cotidianos del universo: ¿qué son para mí? No los conozco o no los recuerdo. Después los he sabido por los libros, los adivino, ahora, en los muchachos que veo; los he sentido y probado por primera vez en mí, pasados los veinte años, en algún instante feliz del armisticio o de abandono. Infancia es amor, alegría, despreocupación, y yo me veo en el pasado siempre, separado y meditabundo.Desde pequeño me he sentido tremendamente solo y diferente —no sé el porqué. ¿Quizás porque los míos eran pobres, o porque yo no había nacido como los otros?
No sé: recuerdo solamente que una tía joven, me puso el sobrenombre de viejo a los seis o siete años y que todos los parientes lo aceptaron. Y, en efecto; la mayor parte del tiempo estaba serio y cejijunto; hablaba muy poco hasta con los otroschicos; los cumplidos me daban fastidio; las caricias me causaban desprecio, y al tumulto desenfrenado de los compañeros de la edad más bella, prefería la soledad de los rincones más apartados de nuestra casa, pequeña, pobre y oscura. Era, en fin, lo que las señoras de sombrero llaman un "niño tímido" y las mujeres en cabeza "un sapo".
Tenían razón: debía ser, y era, tremendamente antipático atodos. Recuerdo que sentía perfectamente en torno mío esta antipatía, la cual me hacía más tímido, más melancólico más reconcentrado que nunca.
Cuando me encontraba, por casualidad, con otros muchachos, no entraba casi nunca en sus juegos. Me gustaba apartarme y mirarles con mis ojos verdes y serios de juez y de enemigo. No por envidia; era más bien desprecio lo que sentía dentro de mí enaquellos momentos. Desde entonces, comenzó la guerra entre yo y los hombres. Yo les huía y ellos no se preocupaban de mí; no les amaba y ellos me odiaban. En la calle, en los jardines, unos me echaban y otros se reían a mis espaldas; en la escuela me tiraban pelotillas o me acusaban a los maestros; en el campo, hasta en la quinta del abuelo, los muchachos de los campesinos me arrojaban piedras, sin quehubiese hecho nada a nadie, como si sintieran que era de otra raza. Los parientes me invitaban o me acariciaban cuando no podían hacer menos, para no demostrar ante los demás una parcialidad demasiado indecente; pero yo me daba cuenta muy bien de la ficción y me ocultaba y respondía a sus palabras hosco y malhumorado.
Un recuerdo se ha grabado, más que todos los otros en mi corazón: húmedasveladas dominicales de noviembre o diciembre en casa del abuelo, con el vino cálido en el centro de la mesa, dentro de una sopera, bajo la gran lámpara a petróleo, con la fuente de castañas asadas al lado, y toda la familia —tíos y tías, primos y primas en cantidad— con los rostros rojos, en derredor.
El patriarca, junto al fuego blanco y fino, reía y bebía. Crujían los leños, ya medio cubiertos deceniza deIicadas; chocaban los vasos sobre las bandejas; murmuraban las tías beatas y sabidillas sobre los hechos y los escándalos de la semana, y los muchachos reían y chillaban en medio del humo azulino de los cigarros paternos. A mí, todo aquel bullicio de fiesta económica e idiota, me producía dolor en el alma y en la cabeza. Me sentía extranjero allí dentro, muy lejos de todos. Y, apenaspodía, a escondidas, tomaba la puerta y, con pasos prudentes, pegado al húmedo muro, me deslizaba al pasillo, largo y tenebroso, que llevaba hasta la entrada de la casa. Allí sentía a mi pequeño corazón de solitario que latía con vehemencia, como si fuese a hacer algo malo o a cometer una traición. En aquel pasillo había una puerta vidriera que daba sobre un patiecito descubierto: la entreabierta...
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