Un mal viaje

La mala noche

C

uando Carmela Gamero abrió los ojos por cuarta vez,
ya estaba amaneciendo. La luz azulada del alba se posaba sobre los muebles. Con esfuerzo y utilizando ambos
brazos, se levantó hasta quedar sentada al filo de la cama.
Le dolía un poco la espalda a causa de la mala noche.
Enfundó las pantuflas después de adivinar su ubicación
con la punta de los pies. Se levantó y, muydespacio, como
para no despertar a su marido, salió del cuarto.
Sintió el frío del sereno que entraba suave por la
ventana entreabierta del pasadizo y cruzó los brazos.
Avanzó despacio hacia el cuarto de Juan, su hijo menor.
Al divisar la puerta abierta, tal y como la había encontrado
las tres veces anteriores durante esa noche, sintió el mismo
escalofrío feroz recorriendo todo su cuerpo.Despacio, se
asomó a la habitación con la esperanza de encontrarlo
tendido sobre la cama, pero la cama estaba vacía. Miró el
reloj sobre la mesita de noche. Eran las seis de la mañana. Se quedó contemplando la recámara sumergida en
la calma absoluta del amanecer, como si las larguísimas
horas de la madrugada no hubieran pasado por ahí, y se
preguntó, «¿dónde estará?, ¿por qué no habrállamado?».
Y, lo peor de todo: «¿Se encontrará bien?».
Convertida en un río interminable de malos augurios y con la esfera incandescente de la angustia haciendo

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estragos en el pecho, Carmela regresó a su habitación con
pasos apurados y, sin dudarlo, despertó a su marido.
—¡Aurelio, Aurelio! —el esposo abrió los ojos
somnolientos y se encontró de frente con el rostro de su
mujer.
—¿Quépasa? —le preguntó sobresaltado ante la
expresión de susto y desconcierto.
—Juan no ha llegado.
—¿Qué hora es? —Aurelio se frotó los ojos.
—Las seis de la mañana.
—¿A qué hora se fue ayer?
—Salió como a las dos de la tarde.
—¿Con quién? —liberó un largo bostezo.
—Con Enrique.
—Ah —dijo Aurelio y acomodó la almohada bajo la
cabeza—. No te preocupes, Carmela, seguro que se pegaron unaborrachera. Ya debe estar por llegar. Acuérdate
que ayer fue sábado y el muchacho está de vacaciones.
—No sé, Aurelio. Juan siempre llama cuando se va
a demorar.
—No te preocupes, Chola, seguro que está en la
casa de Enrique.
—Buena idea, voy a llamar a la casa de Enrique.
—Todavía es muy temprano, espera un poco —dijo
y prosiguió—, ven, échate un rato, relájate —golpeó el
espacio vacío de lacama con la palma de la mano—. Tú
sabes cómo son los muchachos.
Carmela le hizo caso. Se sacó las pantuflas, se echó
en la cama y trató de convencerse de que no había nada
por qué preocuparse. Aurelio tenía razón al decir que era
sábado. No había pensado en eso. Desde que se había
jubilado, los días solían confundirse en el marasmo de la
rutina y el vacío. Sin embargo, la angustia ya habíahecho
presa de su mente, y los pensamientos oscuros no dejaban

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de rondar su cabeza. Después de todo, ella sabía que la
ciudad era peligrosa y violenta, y que la desgracia podía
esperar a la vuelta de cualquier esquina. «¿Dónde estará?», volvió a preguntarse, «¿dónde estará?».
—¿Te dijo a dónde iba? —preguntó Aurelio con los
ojos cerrados.
—Me dijo que se iban a almorzar y a caminar porMiraflores.
—No te preocupes, Cholita, ya va a aparecer
—Aurelio posó la mano derecha sobre la pierna fría y le
hizo cariño para tranquilizarla.
Luego de unos instantes y dos bostezos profundos, la mano se quedó inmóvil sobre el muslo y Aurelio
empezó a roncar. Carmela retiró la mano tibia y pesada,
tomó el rosario que descansaba sobre la mesa de noche
y se puso a rezar en silencio. Conmucha entrega y profunda convicción ejecutaba cada Avemaría veloz, cada
Padrenuestro. Con fe pura pasaban entre sus dedos las
cuentas del rosario. Así como lo había aprendido de su
madre y de su abuela. El rezo era un instrumento de poder
para cuidar a los seres queridos, para protegerlos, para
librarlos de todo mal. Como si la energía producida por
la oración tuviera la fuerza suficiente...