Un Niño En El Infierno

UN NIÑO EN EL INFIERNO
(Cuento)
Van a ser las doce del medio día y la madrina, impaciente, espera a su ahijado en su restaurante; mientras tanto, Miguelito transita por el mercado Playa Grau llevando consigo un balde lleno de comida para alimentar a una decena de perros; y de pronto aparece un hombre ebrio de aspecto horroroso profiriendo lisuras, quien se acerca rápidamente al niño y de unapatada en el estómago y de un puñetazo en el rostro, lo derriba hasta dejarlo inconsciente e inmediatamente después, desaparece del lugar.
Luego de una jornada larga en la granja Molly, Miguelito, risueño y contento, cruza la pista; mientras que su madre, una mujer viuda de nombre Juana, le dice que la espere porque se despedía de su patrona. La señora Juana cruza la pista intempestivamente y delotro lado Miguelito grita y llora desconsoladamente, pues un taxi blanco había atropellado a su madre; entonces el niño, con mucha desesperación, corre a auxiliarla; entre tanto, el chofer del taxi, en vez de socorrer a la pobre mujer , retrocede y se da a la fuga. Pero Miguelito, en su dolor, logró ver el rostro del chofer: una cicatriz en la mejilla derecha se quedó grabada en su mente. Lostranseúntes ya ayudaban a la exánime señora.
–Hijito, Miguelito, acércate…– dijo la moribunda mujer a su pequeño–. Siento que las fuerzas se me acaban, hijo, tengo mucha sed…
–No se esfuerce tanto en hablar, señora– dijo el médico que la atendía.
–Mamá, mamita, no me dejes por favor– respondió Miguelito con la voz entrecortada y con lagrimas cubriéndole las mejillas.
–Miguelito– casi desfallecidadijo la señora–. Debes ir a buscar a tu madrina, ella te cuidará y te educará como yo; debes respetarla y quererla…
Después de decir esto, la señora Juana falleció y el pobre miguelito, a pesar de sus cortos diez años, sintió un dolor extraño y profundo en su inocente corazón y sus lágrimas ahora caían con más fuerza, como las torrentosas aguas de una catarata.
Habían pasado algunos días desdeel sepelio de la finada Juana. Y Miguelito, cumpliendo la última voluntad de su madre, cerró su modesta casa de adobe y se fue en busca de su única pariente de la ciudad: su madrina. “Seguramente mi madrina Antonia me cuidará y me dará mucho cariño como mi linda mamita; yo también la querré y la obedeceré”, se decía el pobre niño mientras se enrumbaba al barrio de Santa Ana; sin imaginar quellegaría a las manos del demonio y que su vida se convertiría en un infierno.
Eran las dos de la tarde y el sol irradiaba sus intensos rayos sobre la ciudad de Ayacucho. A esa hora, las calles de Santa Ana estaban casi desiertas, tan solo unos niños jugaban contentos echándose agua y talco. Miguelito había ido muchas veces con su madre a la casa de su madrina, así que no tuvo problemas para llegar.–Buenas tardes madrina– saludó el niño un poco receloso.
–Ah, eres tú, pasa adelante– dijo doña Antonia al ver a su cabizbajo ahijado–. Ya me enteré de la muerte de tu madre, pero que se puede hacer, la vida es así, ahora lo que importa es trabajar, por lo tanto hay que dejar a un lado las tristezas y ponerse las pilas.
–Está bien madrina– con voz trémula respondió Miguelito.
Doña Antonia eranatural de Chincha y tenía una sazón insuperable, por eso decidió abrir un restaurante en el mercado Santa Clara, el cual al poco tiempo se convirtió en el más concurrido de todos. El restaurante de La Doña funcionaba durante el día y la noche, pues “solo trabajando todo el día, sacándose la mugre y ahorrando lo ganado, se podía alcanzar la riqueza y la felicidad”, decía la madrina.
Las órdeneseran estrictas: Miguel tenía que madrugar todos los días para ayudar a su madrina en la cocina, luego debía de lavar los utensilios utilizados, limpiar y ordenar la casa y después, a esas horas de las nueve de la mañana, debía ir a recorrer todas las calles del mercado con la finalidad de juntar desperdicios de comida para los diez perros que la madrina criaba con mucho empeño. Había cinco...