Un pálido reflejo

UN PÁLIDO REFLEJO
Despertó, acechada por una sensación de vacío, alienada por las sábanas y
sin fuerzas para subirse al mundo. Miró el reloj, prisionera de sus manijas:
siete minutos todavía. El tiempo justo para apretar fuerte los ojos y no
impedir la caída en un dulce ensueño momentáneo. Mientras, como cada
mañana, se repetiría: ‹‹la monotonía, la insulsez de esta existencia es
aparente››- recordando las palabras de Ana Ozores y justificando, así, la
razón de ser de toda aquella disciplina que se había impuesto, a veces, como
una poética misión que explicaba el porqué de su vida. Extendió hacia atrás
la colcha, sobre sus pies, dejando que su silueta se imprimiera en los nuevos
aires de la mañana.
Las seis en punto, ahora sí. A tientas, encendió la lamparilla de la mesilla denoche, quedándose unos segundos sentada sobre el colchón, pendida entre
el trance extático y el despertar. Nunca había necesitado excesivas horas de
sueño, pero sentía resentidos los huesos de la espalda y el cuello parecía
habérsele quedado clavado en la almohada.
La noche anterior estuvo desvelada, a oscuras, viendo por las rendijas de la
persiana cómo se colaban ápices de luz de lostrozos de ciudad que
permanecían despiertos. Al llegar a casa, había dejado la correspondencia
sobre el mueble de cristal y mármol, esperando a que llegara el momento
preciso en el que hacer trizas las esquinas de aquel sobre grafiado con tinta
azul en el lomo, que asomaba bajo facturas y cuartillas publicitarias. Sin
remitente.
Se calzó las zapatillas sin levantarse de la cama y desafiando elfrío de la
habitación, se puso en pie, arropada por el albornoz. Llegó al baño y
extendiendo los brazos hacia tras, dejó que la prenda se deslizara por su piel
como una caricia, hasta que se desvaneció y quedó hecha un ovillo. Torció el
termostato de la ducha, en un giro exacto de noventa grados y el agua
empezó a desvanecerse a granel sobre los recodos de su desnudez. Se fundió
en el aguacon la intensa satisfacción de cada amanecer, la gotas templadas
caían con ese anhelado justo medio, que se contraponía a su naturaleza de

extremos. Enjabonó con delicadeza sus senos, frotando el sudor emergido de
sus pesadillas nocturnas y advirtió las voluptuosidades de su cuerpo que
hacía tiempo que sólo reconocían sus manos.
En los últimos años, había dejado, forzosamente, de forrarcajas de zapatos
con retazos de papel de regalo, en las que acumular sobres ya desposeídos
de la magia de ser abiertos. Desde que cambió su dirección, nunca nadie le
había vuelto a escribir. Las cartas de su juventud se reducían ahora al
palpitar incesante de la bandeja de entrada de la pantalla del ordenador,
donde el número de sobrecitos por abrir aumentaba exponencial e
inversamente a lossegundos del día que se le iban consumiendo. “El mundo
de la palabra salvaguarda del mundo real, o permite soportarlo” – se decía.
Padecía de horror vacui, a una vida hueca. Había emprendido un camino de
perfección. Por, para y hacia ello destinaba cada uno de sus movimientos. La
maniática puntualidad, las horas rigurosas en el despacho, colgada del
teléfono y hundiendo los dedos con estrepitosarapidez en el teclado. Las
reuniones y la redacción de los discursos, siempre en un afán por mejorar e
ir más allá. Odiaba profundamente malgastar el tiempo. Los mil y un
tachones a lápiz de su apretada agenda, daban fe de ello. No desviaba un
instante la atención de sus ocupaciones, hasta que el círculo se completaba:
llegaba otra vez la noche, la hora de volver a casa. En este últimomovimiento de la sonata diaria, sonaba el adagio de la soledad.
Pronto empezó a temer cada escaso minuto que tenía para estar a solas
consigo y su pensamiento. Lo que la razón dictaba no convencía a sus
humores, que se aquejaban con sutileza.

Los pedazos de nada trepaban

desde sus entrañas hasta su cabeza, donde crepitaban ideas sin cesar, casi
en una afluencia sistemática…. Basta. Cerró...