Un pianista cubano
Hace ya cuatro años que Gabriel no le escribe a su madre en Cuba; y es que no encuentra, no más que en su piano, las palabras perfectas; se le pierde el sentimiento de tantoescudriñar su perfecto inglés, su agreste francés y su lánguido español, y entonces las palabras le parecen hueras en los días y truculentas por las noches. Hoy, como cada noche, Gabriel cruzará elumbral, el pianista se sentará al piano y comenzará a tocar en aquel salón en Viena; en ese salón no hay libros de cantos insondables, ni partituras incompletas, ni plumas para esgrimir. Este salón es elsantuario del pianista, allí solo hay paredes blancas, una otomana y un sillón decimonónico, donde descansa el gato con permanente invitación al funambulismo y ojos fallutos de mirada admonitoria,que se dirigen al diminuto insecto sobre la abigarrada alfombra. En una esquina del salón hay un altar con una foto de las nupcias de Ernestina, la abuela, que murió hace tres meses; y luego, alumbradopor la macilenta luz de unas velas, está el piano, inconmensurable y taciturno, que ahora libera los acordes de un vals, que en las manos del pianista, no tiene nada de mefistofélico. Su salón es unescenario donde solo existen él y su piano, más allá del proscenio y de las candilejas está el gato, está la foto de su abuela, está su madre en Cuba, está ese lúgubre e intangible patio de butacas quees el resto del mundo. Para entender la vida del pianista basta este escorzo, basta esta imagen desenfocada y lo podemos ver: alto, bello, apócrifo, azul; sus manos juegan sobre las diáfanas teclas,unas veces apremiantes y otras con tal parcimonia que parecen evitar las postrimerías de algún desteñido pentagrama. De pronto el salón se vuelve negro, de pelo hirsuto y la música sabe a tambores,son los inconfundibles acordes de Roldán, y las manos del pianista se tensan, se exaltan, se tuercen… pero su rostro esta impasible frente al piano, como los niños de Sorolla frente al mar, y es que...
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