Un rinconcito

La tarde del dieciséis de agosto comenzaba a terminar. Anochecía.
Bajé las escaleras hasta la cocina, cogí un refresco de cola del frigorífico y me senté en el sillón, delante de una ventanaentreabierta por donde entraba una pequeña brisa, que se agradecía tras la sofocante tarde de un mes infernal.
No tardé mucho en quedarme dormido.
Abro los ojos. Todo sigue igual: la televisión sigueencendida; en la mesa está el mando con la botella de refresco al lado y la ventana entreabierta con su misma brisa.
Pero yo he cambiado. Estoy sentado en el mismo sillón pero yo soy muy pequeño,pequeñísimo, minúsculo. A mi lado hay un caramelo, que quizás se me cayera del bolsillo antes de dormirme, que ahora parece una montaña inmensa.
Por el rabillo del ojo veo dos sombras que han entrado por larendija de la ventana. Son dos pajarillos que se posan a mi espalda. Creo que de uno de ellos vi una fotografía en un libro hace ya muchos años. El otro pajarillo, de mayor tamaño que el otro, tenía enel pecho una mancha verde alargada, me sorprendió diciéndome que me subiera entre sus dos alas, cosa que hice sin preguntar, aunque algo extrañado.
Salimos de mi casa y durante unos minutos volandoentre nubes que hacían que no viera nada, bajamos hasta hacerse visible una pequeña ciudad con algunos edificios altos, unas calles bien divididas en manzanas y un pequeño río que partía a la ciudad endos.
Bajamos a un parque cercano al centro y los dos pajarillos se fueron igual que vinieron: sin decir nada.
El suelo del parque estaba dividido en varias callecitas de baldosas para no pisar elcésped, de un verde intenso y muy bien cuidado; entre todos los árboles que lo poblaban destacaba un roble inmenso, iluminado por los rayos del sol que le daban una imagen mística; al levantar la vistahacia el horizonte se podía ver la orilla del río que divide la ciudad y a lo lejos se ven a unos niños jugando a la pelota junto a una fuente.
Comienzo a caminar por la que parece ser la calle...