un viejo que leia novelas de amor
LUIS SEPÚLVEDA
UN VIEJO
QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR
índice
Capítulo primero.......................................................................... 8
Capítulo segundo......................................................................... 13
Capítulo tercero............................................................................ 19Capítulo cuarto............................................................................. 28
Capítulo quinto............................................................................. 34
Capítulo sexto............................................................................... 38
Capítulo séptimo.......................................................................... 44
Capítulooctavo............................................................................. 52
NOTA DEL AUTOR
Cuando esta novela era leída en Oviedo por los integrantes del jurado que pocos días más tarde le otorgaría el Premio Tigre Juan, a muchos miles de kilómetros de distancia e ignominia una banda de asesinos armados y pagados por otros criminales mayores, de los que llevan trajes biencortados, uñas cuidadas y dicen actuar en nombre del «progreso», terminaba con la vida de uno de los más preclaros defensores de la amazonia, y una de las figuras más destacadas y consecuentes del Movimiento Ecológico Universal.
Esta novela ya nunca llegará a tus manos, Chico Mendes, querido amigo de pocas palabras y muchas acciones, pero el Premio Tigre Juan es también tuyo, y de todos los quecontinuarán tu camino, nuestro camino colectivo en defensa de este el único mundo que tenemos.
A mi lejano amigo Miguel Tzenke,
síndico shuar de Sumbi en el alto Nangaritza
y gran defensor de la amazonia.
En una noche de narraciones desbordantes de
magia me entregó algunos detalles de su
desconocido mundo verde, los que más tarde, en
otros confines alejados del Edén ecuatorial,
meservirían para construir esta historia
Capítulo primero
El cielo era una inflada panza de burro colgando amenazante a escasos palmos de las cabezas. El viento tibio y pegajoso barría algunas hojas sueltas y sacudía con violencia los bananos raquíticos que adornaban el frontis de la alcaldía.
Los pocos habitantes de El Idilio más un puñado de aventureros llegados de las cercanías secongregaban en el muelle, esperando turno para sentarse en el sillón portátil del doctor Rubicundo Loachamín, el dentista, que mitigaba los dolores de sus pacientes mediante una curiosa suerte de anestesia oral.
—¿Te duele? —preguntaba.
Los pacientes, aferrándose a los costados del sillón, respondían abriendo desmesuradamente los ojos y sudando a mares.
Algunos pretendían retirar de sus bocas lasmanos insolentes del dentista y responderle con la justa puteada, pero sus intenciones chocaban con los brazos fuertes y con la voz autoritaria del odontólogo.
—¡Quieto, carajo! ¡Quita las manos! Ya sé que duele. ¿Y de quién es la culpa? ¿A ver? ¿Mía? ¡Del Gobierno! Métetelo bien en la mollera. El Gobierno tiene la culpa de que tengas los dientes podridos. El Gobierno es culpable de que te duela.Los afligidos asentían entonces cerrando los ojos o con leves movimientos de cabeza.
El doctor Loachamín odiaba al Gobierno. A todos y a cualquier Gobierno. Hijo ilegítimo de un emigrante ibérico, heredó de él una tremenda bronca a todo cuanto sonara a autoridad, pero los motivos de aquel odio se le extraviaron en alguna juerga de juventud, de tal manera que sus monsergas de ácrata setransformaron en una especie de verruga moral que lo hacía simpático.
Vociferaba contra los Gobiernos de turno de la misma manera como lo hacía contra los gringos llegados a veces desde las instalaciones petroleras del Coca, impúdicos extraños que fotografiaban sin permiso las bocas abiertas de sus pacientes.
Muy cerca, la breve tripulación del Sucre cargaba racimos de banano verde y costales de...
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