Un Yanki En La Corte Del Rey Arturo - Mark Twain

Páginas: 168 (41857 palabras) Publicado: 30 de mayo de 2012
Mark Twain
UN YANKI EN LA CORTE DEL REY ARTURO

Prefacio

Las despiadadas leyes y costumbres que se mencionan en este relato son históricas, y los episodios que se utilizan para ilustrarlas también son históricos. Esto no quiere decir que tales leyes y costumbres existieran en Inglaterra en el si¬glo vi, no; sólo quiero decir que, dado que existieron en la civilización inglesa y en otrascivilizaciones de épocas mu¬cho más recientes, se puede concluir sin temor a incurrir en una calumnia que también estaban vigentes en el siglo vi. Hay buenas razones para inferir que, cuando en esos remo¬tos tiempos no existía alguna de estas leyes o costumbres, su lugar era ocupado, y de manera muy eficiente, por una mu¬cho peor.
La cuestión de la existencia o no existencia del derecho di¬vino delos reyes no tiene respuesta en este libro. Resultó ser demasiado dificil. Que el primer gobernante de una nación debe ser una persona de carácter excelso y habilidad extra¬ordinaria es manifiesto e indiscutible, que sólo la Deidad podría elegir a ese primer gobernante certera e infalible¬mente es también manifiesto e indiscutible, por lo tanto, re¬sulta inevitable deducir que, como se pretende, esla Deidad quien hace la elección. Quiero decir, hasta que el autor de este libro encontró los Pompadour y Lady Castlemaine y al¬gunos otros gobernantes de este tipo. Era tan difícil incor¬porarlos dentro de este argumento, que juzgué preferible abordar otros aspectos en este libro (que debe aparecer este otoño) y luego entrenarme debidamente y resolver los del derecho divino en otro libro. Esalgo que debe ser resuelto, por supuesto, y de todas maneras no tenía nada especial que hacer el próximo invierno.

MARK TWAIN

Una breve introducción

Fue en el castillo de Warwick donde me topé con el extra¬ño personaje de quien voy a hablar. Me llamó la atención por tres razones: su ingenua simpleza, su asombrosa fami¬liaridad con las armaduras antiguas y el sosiego que ofrecía su compañía-pues era él quien llevaba toda la conversa¬ción-. Como suele ocurrir con las personas modestas, nos quedamos a la cola del grupo que visitaba el lugar, y desde el primer momento me interesaron las cosas que decía. Mientras hablaba, suave, agradable, fluidamente, parecía alejarse imperceptiblemente de nuestro mundo y nuestro tiempo y adentrarse en una era remota y un país olvidado, y de tal manerame fue hechizando con sus palabras que creí encontrarme entre los espectros y las sombras y el pol¬vo y el moho de una gris antigüedad, ¡enfrascado en con¬versación con una de sus reliquias! Exactamente como ha¬blaría yo de mis mejores amigos y de mis peores enemigos, o de los más conocidos entre mis vecinos, me hablaba él de sir Bedivere, sir Bors de Ganis, sir Lanzarote del Lago, sir Galahad ytodos los otros caballeros famosos de la Mesa Redonda, ¡y qué viejo, qué indescriptiblemente viejo y aja¬do y seco y descolorido parecía a medida que seguía hablando! De repente, se volvió hacia mí para decirme con la naturalidad con que uno habla del tiempo o de cualquier otro asunto trivial:
-Ya habrá oído hablar de la transmigración de las almas, ¿pero sabe algo acerca de la transposición deépocas y cuer¬pos?
Contesté que no había oído hablar de ello. Prestaba tan poca atención como si en realidad estuviésemos hablando del tiempo, y no se dio cuenta de si le había respondido o no. Sobrevino un instante de silencio, inmediatamente inte¬rrumpido por la voz monótona del cicerone del castillo:
-Coraza antigua, del siglo vi, época del rey Arturo y la Mesa Redonda; se dice que perteneció alcaballero Sagramor el Deseoso; obsérvese el agujero circular que atraviesa la cota de malla en la parte izquierda del pecho; resulta inexpli¬cable; se presume que puede haber sido causada por una bala después de la aparición de las armas de fuego, quizá in¬tencionadamente por soldados de Cromwell.
Mi acompañante sonrió, pero no con una sonrisa moder¬na, sino con una que debió pasar de moda...
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