Una Muerte Muy Dulce

Páginas: 102 (25371 palabras) Publicado: 13 de junio de 2012
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Una muerte muy dulce
Título original: Une mort très douce
Primera edición en México: agosto de 2002
© 1964, Simone de Beauvoir
© 2002, Editorial Sudamericana, S.A.
Humberto I 531, Buenos Aires
© 1975, por la traducción, María Elena Santillán
ISBN: 950-07-2279-8
Impreso en México

No entres con tranquilidad en esta buena
noche. La vejez debería arder de furia, al
caer el día;rabia contra la muerte de la
luz.
DYLAN THOMAS

2

El jueves 24 de octubre de 1963, a las cuatro de la tarde, me encontraba
en Roma en mi cuarto del hotel Minerva; tenía que volver en avión al día
siguiente y estaba arreglando papeles cuando sonó el teléfono. Bost me
llamaba desde París. "Su madre tuvo un accidente", me dijo. Pensé: la ha
atropellado un auto. Al alzarse dificultosamente dela calzada a la vereda,
apoyada en su bastón, un auto la habría atropellado. "Se ha caído en el baño;
se ha roto el cuello del fémur", me dijo Bost. Vivía en el mismo edificio que
ella. La víspera, hacia las diez de la noche, cuando subía la escalera con Olga,
advirtieron tres personas que les precedían: una mujer y dos vigilantes. "Es
entre el segundo y el tercero", decía la mujer. ¿Lehabía ocurrido algo a la
señora de Beauvoir? Sí. Una caída. Durante dos horas se había arrastrado por
el piso hasta alcanzar el teléfono; había pedido a una amiga, la señora Tardieu,
que hiciera saltar la puerta. Bost y Olga habían acompañado al grupo hasta el
departamento. Encontraron a mamá tirada en el suelo con su batón de
terciopelo cotelé rojo. La doctora Lacroix, que vive en la casa,diagnosticó una
ruptura del cuello del fémur; transportada al servicio de urgencia del hospital
Boucicaut, mamá había pasado la noche en una sala colectiva. "Pero la llevo a
la clínica C. -me dijo Bost-. Allí opera uno de los mejores cirujanos de huesos,
el profesor B. Ha protestado, tenía mucho miedo que le costara a usted
demasiado. Pero he logrado convencerla."
¡Pobre mamá! Había almorzado conella a mi vuelta de Moscú, cinco
semanas antes; como siempre, estaba demacrada. Hubo una época, no muy
lejana, en que ella se jactaba de no aparentar su edad; ahora era imposible
equivocarse: era una mujer de setenta y siete años, muy gastada. La artrosis
de cadera que se le había declarado después de la guerra empeoraba cada
año, aun con las curas en Aix-les-Bains y los masajes; tardaba unahora en dar
vuelta a la manzana. Dormía mal, y sufría a pesar de las seis pastillas de
aspirina que tomaba por día. Desde hacía dos o tres años, sobre todo desde el
invierno pasado, siempre la veía con esas ojeras violetas, esa nariz contraída,
esas mejillas hundidas. Nada grave, decía su médico, el doctor D.; trastornos
del hígado, pereza intestinal: recetaba algunas drogas, y dulce detamarindo
contra la constipación. No me sorprendí aquel día que se sintió "achacosa"; lo
que me apenó es que hubiera pasado un verano malo. Hubiera podido
veranear en un hotel o en un convento que aceptara pensionistas. Pero ella
esperaba ser invitada, como todos los años, a Meyrignac, por mi prima Jeanne,
o a Scharrachbergen, donde vivía mi hermana. Las dos tuvieron
inconvenientes. Ella se quedóen un París vacío y lluvioso. "Yo, que nunca
tengo cafard, lo tuve", me dijo. Felizmente, poco tiempo después de mi visita,
mi hermana la recibió en Alsacia durante dos semanas. Ahora sus amigas
estaban en París, y yo volvía; sin esa fractura, sin duda la hubiera encontrado
remozada. Tenía el corazón en excelente estado, una tensión de mujer joven:
nunca temí un accidente brutal para ella.La llamé por teléfono a la clínica, a eso de las seis. Le anunciaba mi
vuelta, mi visita. Me contestó con voz insegura. El profesor B. tomó el
auricular, la operaría el sábado por la mañana. "¡Me has dejado dos meses sin
carta!", me dijo cuando me acerqué a su cama. Protesté: nos habíamos vuelto
3

a ver, le había escrito desde Roma. Me escuchó con aire incrédulo. Tenía la
frente y las...
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